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Una breve introducción
Siempre se ha dicho que el románico mudéjar de Castilla y León es una especie de adaptación barata del románico de otras zonas con mejores recursos constructivos. Básicamente, en esta parte de la Península Ibérica no disponían de piedra. Porque, claro, el románico que nos viene primero a la retina es el que emplea la piedra para levantar edificios religiosos a los que conducir a los fieles. Quieren, entre otras cosas, impresionarlos. Pintura, escultura y arquitectura llevaban a cabo su doble labor, instructiva por un lado, e intimidante por otro.
En esas estaban allá por los siglos XI-XIII cuando los vecinos del sur de las grandes rutas de peregrinación a Compostela tuvieron que claudicar. Si en sus tierras no tenían piedra había que recurrir a otros materiales, quizá no tan nobles. Ahí es donde aparece el ladrillo, el yeso o la madera de toda la vida. El románico del ladrillo se distingue del de la piedra de manera inmediata. No hay forma de esconder estos materiales. Piedra es piedra; ladrillo es ladrillo.

Pero, además, hay otra variable a tener cuenta: en las tierras en torno al Duero queda por esa época mucha población musulmana. Ahora bien, en pleno proceso de reconquista, ¿van a poder seguir habitando en zona cristiana? Pues sí, ahí tenemos a los mudéjares.
Los mudéjares (del árabe hispano mudaǧǧan, que significa «aquel a quien se le ha permitido quedarse») fueron la población musulmana que permaneció viviendo en los territorios de la península ibérica conquistados por los reinos cristianos (durante la Reconquista) y que, a pesar de estar bajo dominio cristiano, conservaron su religión, costumbres, lengua y legislación islámica.
Y entre esas costumbres estaba un determinado tipo de creación artística. El arte mudéjar no es en sí mismo un estilo islámico puro ni cristiano puro, sino un arte de síntesis: cristiano en su concepción y función, pero islámico en su mano de obra, materiales y técnicas. Un estilo mestizo en toda regla. Esto sí que nos suena a «moderno», ¿verdad? Pues en el siglo XI comienza este arte de fusión: edificios cristianos con decoraciones tallada en yeso, alfarjes y artesonados que muestran unos magníficos techos de madera con intrincados diseños geométricos, ladrillo decorativo de uso ornamental en fachadas y torres, o decoraciones basadas en figuras geométricas entrelazadas y motivos vegetales estilizados.
Cuento esto porque hemos estado cuatro días pedaleando para conocer algunas de las iglesias más emblemáticas del románico mudéjar de Valladolid. Podíamos haber elegido otro territorio, pero Valladolid nos servía a la perfección. En nuestra lista hemos incluido también alguna que otra rareza como el único ejemplar completo que se conserva en la Comunidad Autónoma de Castilla-León de factura románico-lombarda: la iglesia de La Anunciada, cerca de Urueña. Vamos con la crónica de estos cuatro días.
El mapa de nuestra ruta
El viaje hasta Valoria la Buena
A las tres de la tarde estoy en Mundaka para recoger a mi compañero de fatigas, Alberto. Las dos bicis van dentro del coche, haciéndose compañía la una a la otra, bien sujetas con sus correspondientes cintas de sujeción. Sí, soy de los que cuando compra coche piensa en la bici que va a ir dentro. Cada loco son su tema. Nos espera un viaje de casi cuatro horas hasta Valoria la Buena, el pueblo en el que pernoctaremos este primer día. Hasta ahí vamos suave suave por carreterita de la de toda la vida: Gernika, Amorebieta, Lemoa y a partir de aquí la N-240 que sube a Vitoria-Gasteiz por Barazar. No hay prisa. Nos vamos poniendo al día: nietos, madres, trabajo, bici…
En Vitoria cogemos la autopista, que ya no dejaremos hasta el desvío hacia Valoria la Buena. En resumen: dos horas para doscientos kilómetros largos y, previamente, más de hora y media para setenta kilómetros. No es la distancia; son los caminos por los que transitas. Y esto, por supuesto, vale también para la bici.

Fuente: https://www.turismocastillayleon.com/es/posadasreales/concejo-hospederia
Llegamos a Valoria la Buena. Nos alojamos en Concejo Hospedería. Pintaba bien, aunque luego es de esos sitios en el que no acabas de sentirte del todo a gusto. El hotel aprovecha el imán de la viticultura. La denominación de origen Cigales sirve para que emerjan lugares como este.
Concejo Hospedería es el sueño de una familia de bodegueros hecho realidad. Un lugar tranquilo y romántico en un palacio del siglo XVII. Una experiencia única llena de sensaciones, para disfrutar del enoturismo en la cuna del vino de Cigales.
Tuvimos tiempo de dar un paseo por el pueblo y acercarnos hasta la iglesia de San Pedro Apóstol. En el pueblo lucen también un par de casas palacio, la de los Vizcondes de Valoria y la de los Mendoza. En esta segunda es donde se ubica nuestro alojamiento, con el que, ya os digo, no acabamos de sintonizar del todo. En fin, la cena, hay que reconocer, estuvo muy bien: de primero un guisado de boletus para compartir y carnes de segundo.
Hubo que pelearse un poco el día anterior para que el desayuno fuera a las ocho. Sirvió también para descubrir en ese momento que el ascensor no bajaba hasta donde el día anterior lo hacía. Cosas de la seguridad, supongo.
Etapa 1: Cabezón de Pisuerga – Íscar
Así pues, este sábado 18, todavía con las bicis dentro del coche nos acercamos desde Valoria la Buena hasta Cabezón de Pisuerga, el pueblo desde el que vamos a comenzar a pedalear y que queda a apenas quince minutos. Aparcamos en una zona de chalets adosados, una de tantas en cualquier pueblo más o menos cercano a una ciudad. Sacamos y montamos las bicis, y percibimos enseguida en nuestros cuerpos los seis grados de la típica mañana castellana. El cielo azul implica estas cosas. Nos despedimos del coche. En cuatro días estamos de vuelta, ¿vale?
Cruzamos el río Pisuerga. Pintadas para ver cuándo les construyen un puente de más capacidad. Para nuestras bicis, perfecto y bien bonito. Pedaleamos por feas zonas industriales. Valladolid queda a cuatro kilómetros, según vemos en una señal. Lo dejamos a nuestra derecha y nos echamos al monte en dirección a Renedo de Esgueva. Afrontamos la primera tachuela del día y bajamos hasta el pueblo. Llenamos los botellines en una fuente de la plaza que queda junto al teatro. Porque sí, en Renedo presumen del Teatro Escenas.
Salimos del pueblo y afrontamos el primer puerto del día. Bueno, la primera subidilla. Son 115 metros de desnivel por una carretera prácticamente en recta al 6,5% de pendiente media. Venga, cuenta para la clasificación del maillot de la montaña. Sirve para calentar un poco los músculos. Del Pisuerga al Esgueva y del Esgueva al Duero. Nos encontramos a este coloso de la hidrografía peninsular en Tudela de Duero. Lo cruzamos y vamos, tras una nueva cuestecilla, en busca de nuestra primera iglesia románica mudéjar: la de San Juan Evangelista, en Santibáñez de Valcorba. Nos vamos a conformar, como tantas otras veces, con verla desde fuera.
Salir de Santibáñez y ver la cuesta. Joder qué cuesta. Pero cuesta cuesta. La pendiente y la piedra suelta unen sus fuerzas: pie a tierra. Nada de subir montado. Un 23,8% de pendiente máxima tumba nuestra autoestima. La piedra suelta, la piedra suelta. Si no… lo mismo tampoco. Lo del 23,8% lo dice Garmin, no miento.
Superado el cuestón, con pedaleo más ligero, llegamos enseguida a Montemayor de Pililla y luego a Portillo. Por supuesto, hay que parar a echar un vistazo al castillo. Dice la Wikipedia: «Pertenece al tipo de fortificaciones señoriales de la escuela de Valladolid del siglo XV que fueron levantados con intención de demostrar el poder y la riqueza de sus señores, vanagloriándose ante sus súbditos para contrarrestar la inestabilidad y guerras civiles del momento.» O sea, que se note que hay poderío.

Fuente: https://www.terranostrum.es/turismo/castillo-de-portillo
Pues allí nos sentamos en una terraza, con el gigante enfrente. Nada como el típico Bar del Jubilado para descansar de lo que llevamos de ruta. Ya van cerca de tres horas y casi sesenta kilómetros. Volamos raso por estas carreteras y pistas. Mi previsión era de hacer medias en torno a los veinte kilómetros por hora y se va cumpliendo. Así pues, en la terraza del Bar del Jubilado entra de maravilla un pincho de tortilla. Bastante decente, por cierto. Poco a poco llegan los quintos a celebrar no se sabe qué, pero a celebrar algo. Los quintos, por lo que se ve, tienen ya su cierta edad.
Nos quedan unos treinta kilómetros para terminar esta primera etapa. Salimos de Portillo por el Arco de la Muralla, una de las puertas que, en este caso, da al sur. Bajamos fulgurantes por una calle en dirección prohibida. A mí no me digas nada, pero parece que a Alberto alguien se lo recuerda. Delincuentes es lo que somos.
En un santiamén estamos en Aldea de San Miguel. Ya en el pueblo, hay que coger una calle a la derecha de la carretera por la que venimos para acercarse a la iglesia de San Miguel Arcángel. Vale, la «calle» está ocupada al completo por la terraza de un bar, de lado a lado. Sí, hay otra calle al lado para acercarse a la iglesia, pero nada como lucir galones: una cosa es una carretera y otra un bar. Primero, el bar. Lógico, ¿no?

Bien coqueta esta iglesia. Los arcos ciegos del ábside luciendo ladrillo van a ser tendencia esta temporada, ya os lo digo. Menudo furor en el siglo XII. Un no parar de construir arcos ciegos. ¿No os lo creéis? Pues veniros hasta Mojados, el siguiente pueblo de nuestra ruta. Allí tenemos dos ejemplares de la ganadería del románico mudéjar. Y esta vez tenemos la suerte de no solo contemplarlos desde el exterior. ¿Por qué? Porque pillamos a nuestro colega, el párroco. Justo fue a hacer alguna gestión y estaba abriendo la puerta de la iglesia de San Juan. Pues esta es la nuestra. El hombre, muy amable, nos explicó algunas cosas de la iglesia. Y no solo esto, porque de nuevo coincidimos con él cuando nos acercamos a la segunda de las iglesias a visitar en Mojados: la de Santa María. Ya veis, casi nos hacemos íntimos del párroco.
El hombre nos preguntó para dónde íbamos. Al comentarle que llevábamos dirección Megeces nos habló de la Ermita de Nuestra Señora de Luguillas, que nos quedaba de paso. Lo que no nos dijo es que hasta allí hay ¡carril bici! No es que viéramos mucho tráfico, pero no está mal la apuesta: el paseo hasta la ermita que se haga con tranquilidad, por una vía segregada del tráfico de coches.
Dejamos atrás la ermita, pasamos Cogeces a secas y llegamos a Cogeces de Íscar, un pueblo con una iglesia «diferente», la de San Martín de Tours, de estilo gótico. En la variedad está el gusto, ¿no? Curioso encontrar aquí una iglesia con advocación al santo patrono de Francia durante la Tercera República francesa. Bueno, eso sí, el hombre tiene sus seguidores porque allá por el siglo IV, que es cuando vivió, dispuso de un hagiógrafo que se dedicó a ensalzar su figura. Pues eso, casi seguro que San Martin de Tours forma parte del top ten de santos de la cristiandad. ¿Os suena lo de que «a todo cerdo le llega su San Martín»? Pues sí, ese «San Martín» es este de Tours. Según parece, como su festividad litúrgica se celebra el 11 de noviembre y esta fecha coincide en muchas regiones con la matanza del cerdo, se acabó por asentar el dicho.
Nos plantamos en Íscar a eso de las tres de la tarde tras cruzar un humilde puente de origen medieval, el de las Cabras. Quitamos la gusa en una pizzería que queda cerca del Hostal San Antonio, donde nos alojamos y que presenta un cierto aire tétrico, dicho sea de paso. Luego resulta que no es para tanto. Es bastante digno. Tras la ducha de rigor me acerco hasta un supermercado para comprar algunas cosas para el desayuno del día siguiente.
La tarde da para un paseo que nos acerca primero hasta la iglesia de Santa María de los Mártires, donde impresiona… la densidad de andadores. Las jóvenes nonagenarias se preparan para el rosario. Subimos a pie al castillo, ahí en lo alto. Es también puerto puntuable para el Premio de la Montaña de esta ruta. A medida que ascendemos se escucha música. ¿Qué festejo están celebrando? Es más sencillo. Arriba, dentro del castillo, han instalado una cervecera. Y hay tardeo. Gente bebiendo y bailando. Pobre castillo de Íscar, en qué ha acabado convertido.

Bajamos de nuevo al pueblo. Se ve alguna que otra tienda de toda la vida, de esas que llevan atrás en el tiempo: Ultramarinos, donde había casi de todo.

Tomamos algo en una terraza de la plaza del Ayuntamiento. Los niños, a lo suyo, a jugar a fútbol. Las madres y los padres, sentados tomando sus cervezas. Todo en orden. Nosotros buscamos alternativas para cenar. Tampoco hay muchas opciones y optamos por un local modernillo en el que salir del paso. Pedimos de entrante un queso pata de mulo de la Cruz del Pobre al horno, con orégano y tomillo, sobre base de tomate al estilo Provolone. Calorías de las que no mienten. Tras la cena, paseo de vuelta hasta el hostal. Y a la cama. Los dos andamos renqueando con toses y mocos. Viene buena noche.
Distancia: 90,42 km. Desnivel acumulado: 738 m. Tiempo: 4:37:04.
Etapa en Strava: https://www.strava.com/activities/16180320554
Etapa 2: Íscar – Alaejos
Las previsiones climatológicas no son muy buenas para estos tres siguientes días. En realidad, son bastante cambiantes. Depende de dónde mires, parece que no se ponen de acuerdo. De momento, vamos a ver si nos aguanta hoy. Amanecemos a las ocho y media con las primeras luces del día. Le doy un poco de cariño a la bici para que se porte bien y salimos a la meseta castellana tras cruzar Íscar con el castillo recibiendo una espectacular luz matinal.

Avanzamos por la carretera en dirección a Pedrajas de San Esteban, de donde es el queso pata de mulo. Al llegar al pueblo nos desviamos por una carretera local hacia Alcazarén. Allí nos esperan la iglesia de Santiago Apóstol y la de San Pedro. Solo es románica esta última, que nos lo hace saber con los clásicos arcos ciegos en el ábside dispuestos en tres niveles. Una vez más.
Continuamos ruta. Salimos por una pista que desemboca en la N-601. Enfrente se ve enseguida Olmedo. A la entrada dejamos a nuestra derecha el Parque Temático del Mudéjar, que aún no ha abierto sus puertas. Callejeamos y enseguida notamos el aire turístico de la villa. Optamos por desayunar en condiciones en un local muy agradable que queda cerca de la Plaza Mayor. Compartimos un rato con la población aborigen mientras continuamos peleando con nuestros respectivos mocos y toses. Pasamos por las iglesias de la Trinidad, la de San Juan y la de San Andrés. Sí, esta última, cómo no, de nuevo con su ábside adornado con arcos ciegos dispuestos en tres niveles. Marca de la casa que se repite en la de San Miguel.
Salimos del recinto amurallado de Olmedo por el Arco de San Miguel. Cruzamos las vías del tren por un paso elevado. Ataquines queda cerca, justo a la altura de la autopista A6. Nuestro siguiente destino queda poco después: es una de las iglesias más destacadas de la ruta, la de Nuestra Señora del Castillo en Muriel de Zapardiel. Esta vez al recurrente ábside se le une una torre exenta de carácter civil. No solo de rezos vive al hombre; hay que vigilar no sea que al enemigo le dé por ponerse belicoso. Llevamos ya dos horas y media de pedaleo y cincuenta kilómetros. De nuevo los veinte por hora de media no nos los quita nadie.

Giramos en dirección noroeste para continuar desgranando la oferta del románico mudéjar vallisoletano. Nos esperan, por orden de marcha, las iglesias de Cervillego de la Cruz, Bobadilla del Campo y Fresno el Viejo, antes de llegar a Alaejos, nuestro final de etapa. El viento pega bastante fuerte, lateral por nuestra izquierda y se hace relativamente molesto. Nadie dijo que un desnivel de apenas cuatrocientos metros en cien kilómetros fuera fácil. Pasamos por Lomo Viejo y Fuente el Sol. No nos decidimos por en cuál de los dos nos compraríamos casa. Tristeza. En Lomo el Viejo, una foto para enviar a un amigo común.
En Cervillego de la Cruz, tras acercarnos a la iglesia de la Degollación de San Juan Bautista, nos avituallamos en el típico bar de pueblo, junto a una zona recreativa. El cartel lo dice claro: «Abierto el domingo desde las 9:00 hasta después de los cafés». Un pincho de tortilla, no tan bueno como el de ayer en Portillo, nos permite engañar al estómago. Lo comemos fuera, en la terraza, por aquello de hacer compañía a los dos millones de moscas empadronadas en el pueblo.
Antes de llegar a Alaejos, todavía nos da tiempo a un último avituallamiento líquido en Fresno el Viejo. Es domingo y hay un par de terrazas con mucho ambiente en la plaza, junto a la iglesia de San Juan Bautista. Su planta es de tipo basilical con la cabecera románica del siglo XII y el resto de estilo mudéjar del siglo XIII. Hacemos un poco de tiempo mientras observamos cómo el viento sopla con cierta intensidad. Sin embargo, en el tramo de quince kilómetros que nos queda hasta el final de etapa lo vamos a llevar bastante a favor.
El pedaleo nos conduce por carreteras con trazados rectilíneos. Dejamos a la derecha Castrejón de Trabancos y encaramos el último tramo hasta Alaejos. Alberto necesita ver el final de un apasionante Elche-Athletic que termina al final con un espectacular empate a cero. Cada cual a lo suyo. Hablo con la dueña de la Casa Rural La Chiquitita, que hemos alquilado para hoy y me dice que coja las llaves precisamente en el bar de la plaza en el que dan el partido por la tele. La casa está muy bien equipada. Tenemos lavadora, algo muy de apreciar en este tipo de ruta. Lavamos la ropa y la colgamos. Un gran progreso para la humanidad.
¿Qué hacer en Alaejos? Nada como quedar con Inma, de la Oficina de Turismo, para que nos enseñe las dos joyas de la corona, aquí en el p ueblo: las iglesias de Santa María y San Pedro Apóstol. Gana por goleada la primera. Ambas se construyeron prácticamente a la par en el siglo XVI: la de Santa María cuarenta años antes que la de San Pedro. Decía que Santa María gana por goleada porque su retablo mayor, de Esteban Jordán, es harina de otro costal.

By Gonzalo Garcia – Self-photographed, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=3618415
Además, el trabajo con la madera de nogal que se ve en varios lugares de la iglesia cuenta con detalles impresionantes. Luego, cuando vas a visitar la de San Pedro, con la referencia previa de la de Santa María, pues eso, que no luce tanto.
Tras la visita y un refrigerio con Inma en un bar de la plaza, nos dio tiempo para callejear un poco y acercarnos hasta los restos del castillo. Había que hacer tiempo hasta las ocho y media, hora de cenar. Nada del otro jueves. Un plato combinado y a la cama, a sudar acompañados de toses y mocos.
Distancia: 97,06 km. Desnivel acumulado: 434 m. Tiempo: 4:51:17.
Etapa en Strava: https://www.strava.com/activities/16191494346
Etapa 3: Alaejos – Urueña
De nuevo las previsiones del tiempo son un tanto inciertas. Ayer al final no nos mojamos. En Alaejos estuvo lloviendo algo (poco) por la tarde. Nos acercamos a desayunar a las ocho al bar de siempre, en la plaza. En la tele ponen sevillanas a un buen volumen. Será costumbre, digo yo. Como Dios manda, nos metemos una buena tostada de aceite con tomate y jamón. Nueve sobre diez.
Con viento de culo enfilamos para Castronuño. Nos espera el Duero, que se embalsa aprovechando un espectacular meandro.

Subimos hasta la ermita tardorrománica del Santo Cristo, emplazada en un lugar fantástico sobre el meandro del Duero. Estas primeras luces del día le añaden un toque cromático delicioso. Se construyó bajo la tutela de la Orden de San Juan, como la de ayer en Fresno el Viejo. Sin ningún edificio que le haga sombra a su alrededor, la ermita puede presumir de paz y tranquilidad. Por cierto, está construida en sillería, nada de ladrillo. Aquí se ve que tenían parné.

Hechas las fotos de rigor y tras recorrer un pequeño paseo sobre el Duero, bajamos por la carretera para cruzar el río por la cabecera del embalse de San José. A nuestra derecha, las aguas retenidas hacen de perfecto espejo; a la izquierda, el río recobra su aspecto natural. Los kilómetros pasan deprisa con ayuda del viento. Atravesamos San Román de Hornija, los Villaesteres y Pedrosa del Rey. Aquí paramos un momento junto a una tremenda torre que da acceso al cementerio. Se trata de la de la antigua iglesia de Santa Cruz, del siglo XVII, de la cual desapareció su cuerpo principal, por lo que la torre se convirtió posteriormente, como decía, en la puerta de acceso al cementerio.
Nos acercamos hasta el siguiente pueblo, Villalar de los Comuneros, con su correspondiente monumento a quienes defendieron sus derechos y libertades frente al poder real en el siglo XVI, con Carlos I de España y V de Alemania de por medio. No llevamos ni dos horas y pasamos de los cuarenta kilómetros recorridos. Cosas del viento. Nos atrincheramos un rato en el bar de las piscinas. Poco a poco se va llenando de gente que viene a pasar un rato de la mañana tomando su cafelito de turno.
Seguimos hacia Berceruelo, donde nos esperan las ruinas de la iglesia de San Juan Evangelista, con su cementerio al lado. Se encuentra en pleno ascenso del puerto de montaña del día, un espectacular col hors categorie que salva un desnivel de 92 metros en poco más de dos kilómetros con una pendiente media del 3,82%. Sufrimiento puro. Ojo, que de aquí al final hay otras dos tachuelas. Menos duras, por supuesto.
Torrelobatón es el pueblo que nos queda camino de otros dos hitos bien marcadas en la ruta de hoy. En primer lugar, San Cebrián de Mazote, que cuenta con una iglesia única por su concepción original y su evolución. Se trata de la iglesia prerrománica de San Cipriano.
San Cebrián de Mazote es, con su compleja estructura en la que encontramos elementos paleocristianos, norteafricanos, visigodos, asturianos y árabes que dan forman a una obra de gran originalidad, además de uno de los monumentos más importantes del arte prerrománico español que ha llegado hasta nosotros, un claro ejemplo de la calidad, tanto técnica como estética que se alcanzó en una época tan difícil y, sobre todo, de la libertad que tenían sus creadores para, utilizando sin condicionantes previos todas las influencias artísticas que se habían ido sedimentando en España durante los seis siglos precedentes, desarrollar nuevas soluciones y corrientes artísticas, lo que nos lleva a pensar en hasta dónde hubiera podido llegar el arte prerrománico español si no hubiera sido yugulado por la reforma gregoriana y el arte románico al que tanto aportó.

Por Nicolás Pérez – Trabajo propio, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=16623637
Tras observar este curioso ejemplar de iglesia encontramos otro curioso ejemplar en el pueblo, en esta ocasión en formato de bar. Instalado en el edificio del ayuntamiento, negociamos un bocadillo de jamón, que hará las veces de tentempié hasta la cena. Bien a gusto, la verdad, allí en un bar muy pulcro y tranquilo.
Ya solo nos queda la visita obligada a otra joya de esta ruta: la iglesia de Nuestra Señora de la Anunciada, a los pies de Urueña, y cuyo origen se remonta a finales del siglo XI. Extraña encontrar un ejemplo de románico lombardo en esta parte de la península. Presenta cierta semejanza con San Martín de Frómista, en pleno Camino Francés, y con San Pelayo de Perazancas, en Cervera de Pisuerga y también en el Camino Olvidado, otra vía del Camino de Santiago. El emplazamiento de esta iglesia de Nuestra Señora de la Anunciada le confiere un encanto especial, con las murallas de Urueña a la vista.

Solo nos queda la subida a Urueña, la Villa del Libro. Esta villa medieval conserva gran parte de su muralla, algunas casonas de piedra de gran porte y una iglesia gótico-renacentista. Desde 2007 forma parte de la red de Villas del Libro del mundo, algo que la distingue frente a otros pueblos de la zona. Nosotros llegamos en lunes. O sea, pueblo fantasma. Solo un bar restaurante abierto en la plaza y sin apenas gente por sus calles. Paseamos con la bici, observamos la muralla, salimos a ver el paisaje que se extiende a sus pies por el lado oeste, con la autopista A-6 a unos pocos kilómetros.
Mientras pedaleamos por el pueblo, veo a un hombre también en bici que me llama por mi nombre. Es el dueño del Hotel Pozolico, donde nos vamos a hospedar. Muy amable, hacemos el check-in y recibimos las primeras informaciones. Pactamos al cena a las ocho y media. Si queremos tomar un café, mejor lo hacemos rápido porque el bar que está abierto también cierra «después de los cafés», como el de Cervillego de la Cruz. Dejamos las bicis en el hotel y paseamos a pie. Un café con leche y un bizcocho de manzana nos reconcilian con el pueblo.
Tras un rato de descanso en la habitación, salimos a pasear. Hacemos el camino de ronda de la muralla: por dentro, por fuera y por su camino almenado en la parte de arriba del lienzo. Charlamos de nuestras respectivas jubilaciones. Cada cual con sus planes en la cabeza. Charlamos de nuestros proyectos de viajes en bici. Cada cual con sus planes. El trabajo pierde relevancia. La familia, el ocio, el buen vivir. Somos señores mayores. En esto estamos cuando vemos un pequeño monumento en homenaje a un ciclista atropellado por un camión en 2016 en la ronda exterior de Valladolid. Su recuerdo sigue vivo a través de la Asociación de Amigos de Jesús Negro de Paz.

La cena nos sirve para que Pedro, quien lleva el hotel, nos ponga al día sobre las peculiaridades de un pueblo como Urueña. La política local, la escuela, los libreros o la compleja convivencia derivada de las heridas de la Guerra Civil nos ayudan a entender un poco mejor el pasado, el presente y los futuros posibles de esta Villa del Libro. Tras la cena queremos volver a pasear por la muralla, pero llueve. Así que, tras quedar cegados por el exceso de lúmenes que se disparan contra la muralla, nos volvemos a nuestros aposentos. ¿Nos lloverá mañana?
Distancia: 89,17 km. Desnivel acumulado: 764 m. Tiempo: 4:20:42.
Etapa en Strava: https://www.strava.com/activities/16200431117
Etapa 4: Urueña – Cabezón de Pisuerga
Hemos quedado con Pedro a las ocho para que nos dé de desayunar. De nuevo seguiremos conociendo de su voz más peculiaridades de la Villa del Libro. ¿Qué probabilidad existe de que un pueblo de la provincia de Valladolid como este, con unas cien personas residentes habituales, coincidan dos mujeres japonesas? Anotad en la lista de curiosidades porque sí, eso pasa aquí en Urueña. Tras la conversación, nos preparamos para la salida. El día está gris y amenaza lluvia. ¿Nos mojaremos, por fin, tras salvar las tres jornadas precedentes?

Fuente: Archidiócesis de Madrid
Salimos del recinto amurallado. A unos diez kilómetros nos espera el Monasterio Cisterciense de Santa Espina, ubicado en la comarca de los Montes Torozos. Y sí, vaya pedazo de monasterio, desde luego. La grandiosidad del edificio excede en mucho lo necesario para custodiar la santa espina.
Dado que esta Santa Espina fue extraída de la corona de espinas que hubo de soportar Jesucristo durante aquellas horas de pasión, no es extraño que esta reliquia lleve nueve siglos siendo objeto de veneración por millones de peregrinos que se han acercado a ella en este tiempo. A día hoy, La Santa Espina se halla en una de las capillas de la iglesia del monasterio, donde puede ser admirad y venerada.
Nosotros no la vimos, pero mira que levantaron un buen edificio para una reliquia tan pequeña. El monasterio incluye una hospedería y cuenta con dos hermosos claustros, uno herreriano y el otro románico en origen, aunque con remodelaciones posteriores. En un lateral de este segundo claustro se encuentra la sala capitular, del siglo XIII. Ahí era donde, bajo la dirección del abad, se reunían a diario todos los monjes, situados cada cual en función de su grado de importancia. Tras los ventanales se colocaban los novicios. Vamos, que podían asistir al capítulo, pero sin participar en él. Hasta no adquirir la condición de monje, nada de acceder al interior.

Salimos del monasterio para encarar una pequeña subida hasta la meseta. Tenemos que recuperar los metros que hemos descendido. Nada, una tachuela. Otro tramo por la meseta, otro descenso hasta cruzar el río Hornija y otra pequeña subida hasta Peñaflor de Hornija, donde quedan las ruinas de la iglesia de San Salvador, de los siglos XII y XIII. Mientras andamos por allí, una señora nos pregunta a dónde vamos. Pues para Wamba. Me da que os vais a mojar. Habrá que ver. Spoiler: se equivocó la buena señora.
Santa María de Wamba aparece, lo consultes donde lo hagas, como una de las iglesias más representativas del románico mudéjar de Valladolid. La iglesia es románica, del siglo XII, pero el crucero junto con las capillas de la cabecera son de época mozárabe del siglo X. Está formada por tres naves y las capillas de Doña Urraca y del Osario, que recibe este nombre porque está decorada con cráneos y huesos humanos.

Por este topónimo, Wamba, ya os podeís hacer una idea de cierta influencia visigoda. Tomad nota: Wamba es el único municipio de España que comienza por W y tiene que ver, claro está, con Wamba, un rey godo elegido en esta localidad en el año 672. Fue así como pasó de llamarse Gérticos a Wamba. Y hoy es el día en que viven allí 295 wambeñas y wambeños.
Hacemos parada en un bar en el centro del pueblo. Llevamos poco más de treinta kilómetros, pero no hay prisa alguna. Tenemos que volver por donde habíamos entrado en el pueblo para dejar enseguida la carretera y coger una pista a la derecha que nos introduce en un pequeño valle. Es el camino de las Cuberas, por el que vamos a subir de nuevo a la meseta. Pedaleamos ágiles con viento a favor entre paneles de energía solar. El suelo, arcilloso, está húmedo porque algo se ve que ha llovido. Menos mal que no ha sido mucho, porque tiene toda la pinta que con más agua, es de esos que se vuelve impracticable para pedalearlo.

Desembocamos en la N-601, que cruzamos en dirección a Villalba de los Alcores. Allí queda la iglesia de Santa María del Templo. Decidimos continuar hasta Corcos del Valle, donde vemos que hay bar y tienda. El tramo que afrontamos, por pistas que serpentean entre bosques de encinas, quejigos y sabinas, se hace muy entretenido. Acostumbrados a los tramos rectilíneos de muchas carreteras, proporcionan una cierta novedad. Además, llevamos, como decía antes, viento a favor, con lo cual los kilómetros pasan deprisa. Cuando llegamos a Corcos del Valle ya solo nos quedan poco más de quince para terminar nuestra ruta por el románico mudéjar de Valladolid.

Fuente: El Norte de Castilla
En Corcos del Valle paramos en la Tiendita del Valle, un lugar muy recomendable. Nos atiende una mujer muy amable y allí comemos un par de medios bocadillos sentados en su terraza, dejando pasar el tiempo. Dejamos atrás el descanso para afrontar una breve subida de nuevo hasta la meseta. Ya solo quedar bajar a Trigueros del Valle y encarar los últimos kilómetros hasta Cabezón de Pisuerga. Trigueros nos deleita con la última de las iglesias que visitamos, la de San Miguel Arcángel, que, si por algo destaca, es por su coqueto pórtico con figuras vegetales y geométricas que se distribuyen por los arcos.

Fuente: https://triguerosdelvalle.ayuntamientosdevalladolid.es/-/str_turismo_166
La salida de Trigueros nos enfrenta al viento, que sopla con cierta intensidad. Si hasta ahora lo habíamos tenido a favor, este último tramo lo tendremos en contra. No pasa nada, apenas si son diez kilómetros lo que nos quedan, con parada incluida en el Monasterio de Santa María de Palazuelos. De origen cisterciense, hoy está privatizado y alberga distintos eventos culturales. Nos conformamos con verlo desde el exterior.
Llegamos hasta donde tenemos aparcado el coche. Fin de ruta. Metemos las bicis dentro y tomamos un último refrigerio en el bar que queda al lado, un local atiborrado de decoración y con un camarero bien amable. No pintaba mal para comer, pero con nuestro medio bocadillo el la Tiendita del Valle de Corcón nos damos por satisfechos. Bueno, y con la tapa con la que han acompañado nuestras bebidas en este último bar.
El camino de vuelta nos da para repasar las jugadas más interesantes. Qué bien sienta una ruta así, por territorios tranquilos y con un buen motivo de visita, como el románico mudéjar. Tenemos que hacer más salidas de este tipo, de 4-5 días en busca de pedaleo sin prisa.
Distancia: 91,09 km. Desnivel acumulado: 481 m. Tiempo: 4:15:19.
Etapa en Strava: https://www.strava.com/activities/16210541827
Balance de la ruta
Desde el principio tuve claro que quería tranquilidad. ¿Mucha carretera? Sí, pero sin apenas tráfico. ¿Poco desnivel? Sí, pero así podemos abarcar más territorio. En ningún momento he tenido la sensación de fatiga que a veces llega cuando la ruta es más exigente en lo físico. Quizá es que el concepto «jubilado» está llegando también a mi forma de entender este tipo de proyectos. Si mis cuatro semanas por el Macizo Central Francés suponía cierto reto físico y de atención en el plano técnico de conducción, esta ruta es el extremo contrario: mover bielas y ya está.
El románico mudéjar que hemos elegido, el de Valladolid, es solo una opción. Hay mucho más repartido por Aragón, por otras provincias de Castilla y León, o incluso por Andalucía. Una pena no poder ver la mayoría de las iglesias por dentro, aunque también hemos podido saborear alguna que otra, como las dos de Mojados o las otras dos de Alaejos (estas renacentistas, aunque con detalles mudéjares). No obstante, una ruta con «motivo» siempre es bienvenida. El románico mudéjar puede ser una buena disculpa.
En lo físico apenas he tenido problema alguno. El primer día se me cargó un poco el gemelo izquierdo, pero nada más. Eso sí, la casualidad ha querido que tanto Alberto como yo tuviéramos encima un buen trancazo de toses y mocos. Creo que incluso en la noche que hicimos en Íscar tuve algo de fiebre porque me levanté con una buena sudada.
En fin, ruta tranquila, para hacerla con paciencia debido a las largas rectas de la meseta castellana, y como una buena manera de rodar suave suave. Bueno, a veces no tanto, jeje. Cosas del momento cuando uno siente que las piernas piden más. Pero poco más, tampoco os creáis. Nos leemos en la siguiente. Gracias por estar ahí.

