Hace unos días escribía un artículo que titulé: Cicloturistas: una tribu diversa si miramos la bici con que se pedalea. Así pues, tomábamos la primera parte del sustantivo compuesto ciclo-turismo para ejemplificar la diversidad que implica. Cicloturistear con una bici de carretera, una de gravel, una de descenso o una de montaña básica no es lo mismo. Como tampoco lo es el papel que asignamos a la bici –como artefacto en sí mismo– en nuestro cicloturismo. Puede que sea relevante y juegue un papel destacado (sí, también hay cicloturismo en bici plegable) o que simplemente sea el medio para un fin: conocer lugares, que es lo que nos importa.
En este artículo nos centramos en la segunda parte de nuestro querido sustantivo compuesto. Vamos a hablar de turismo. ¿Qué te parece si empezamos por ver el vaso medio vacío? En la actualidad disponemos de un término que ha ganado espacio en el imaginario colectivo. Es otro sustantivo compuesto. En vez de ciclo le añade una dimensión preocupante: la fobia. No tienes más que mirar la entrada de la Wikipedia: turismofobia.
La turismofobia (formado a partir de «turismo» y «-fobia»), es como se refiere en España a los actos vandálicos, protestas e incidentes, incluyendo ataques perpetrados contra los turistas, en distintos puntos del país, «contra la saturación de turistas en los cascos históricos de algunas ciudades españolas» y en protesta por un «modelo de masificación turística».
Por supuesto, quienes cicloturisteamos pensamos que nuestra práctica nada tiene que ver con este fenómeno relativamente reciente. Somos claramente más parte de la solución que no del problema. Eso sí, al menos en mi caso, cada vez que llego (en bici) a un lugar turístico y refunfuño por la enorme cantidad de turistas que veo a mi alrededor, enseguida pienso que ahí, en ese momento concreto, no soy la solución, sino que contribuyo al problema. A fin de cuentas soy otro turista más a ojos de la población local. Dicho esto, pensemos bien qué relación guarda nuestra práctica con la turismofobia. Y ya está, dejamos a un lado el modo cenizo/cascarrabias y hablamos de turismo en bicicleta.
Bueno, me dejas un último apunte cenizo, ¿vale? ¿Qué te parece el turismo de marchas, eventos y grandes concentraciones? De siempre ha habido marchas cicloturistas. Teníamos las clásicas de carretera, pero hace tiempo que se le sumaron las que pedalean por el medio natural. Y luego está el calendario de eventos que atraen a grandes cantidades de gente y que se rodean de un buen aparato de publicidad. Ahí podemos meter a ciertas marchas «top» o eventos del estilo Titan Desert y similares. Y no hay que olvidar las ferias al estilo Sea Otter Europe, por ejemplo. En sentido estricto no son «cicloturismo». ¿O sí?
Este viernes conversaba con Chus y Jezabel, de Rutas Pangea, y desde luego que reconocíamos lo diverso del turismo que podemos practicar en bici. ¿Qué decir, por ejemplo, del turismo de bikepark o de circuitos de descenso o de enduro? Sí, hay quien quiere un turismo para profundizar en su experiencia ciclista. No importa el lugar, la cultura local o el patrimonio artístico. O no tanto. Importa la adrenalina, la diversión asociada a una manera de disfrutar maniobrando con la bici para ganar en destreza. Hay un turismo de nicho: el de las/los frikis de la bici en que montan.
Otra manera de entender el cicloturismo tiene que ver con lo que queremos conocer mediante su práctica: ¿un medio fundamentalmente natural?, ¿el patrimonio cultural y artístico?, ¿el medio rural?, ¿la cultura de otra región, de otro país o de otro continente? El turismo implica viajar. Pero el lugar al que vamos, el tiempo de que disponemos y nuestra actitud frente al territorio por el que pedaleamos completan un puzle necesariamente diverso.
Hay un turismo de descubrimiento y otro planificado. Te lo planteo desde los dos extremos: por un lado, tenemos a quien va a un lugar y ya irá descubriendo, sobre la marcha, lo que le ofrece, y, por otro, quien quiere documentarse previamente de su destino. Por ejemplo, yo soy claramente de los segundos. Mi cicloturismo es un juego para conocer antes, durante y después del pedaleo una determinada región o país. El viaje empieza mucho antes del pedaleo. Desde su concepción es un motivo para disfrutar.
¿De cuántos días hablamos? Otro factor de diversidad. No es lo mismo una salida de fin de semana, de varias semanas o meses, o incluso casi como forma de vida. En este sentido se me ocurre que, con el incremento de la esperanza de vida, el cicloturismo jubileta es un nicho interesante. Disponen del mayor de los tesoros: el tiempo. Como me decía un amigo hace poco, ¿para qué salir a las ocho de la mañana y comerte el frío de las primeras horas del día? Tengo tiempo. No tengo por qué continuar con rutinas de quienes se saben presionados por el reloj.
Por cierto, de mi experiencia pedaleando por el proyecto de Aldeias Históricas de Portugal me queda bien claro que también existe el cicloturista de lujo. O algo parecido. Si con veinte años y unos ingresos muy ajustados hay que pensar en gastar lo menos posible, no por eso hay que olvidar que existe otro cicloturismo de hoteles de cinco estrellas y gastronomía de estrella Michelín. Estoy exagerando, pero no debemos pensar que el cicloturismo es cosa de pobres, por decirlo de alguna manera.
¿Todo turista que pedalea contribuye a cambiar el modelo mainstream y reemplazarlo por beneficios económicos, sociales y medioambientales para el territorio por el que transita? Habrá excepciones, pero ganamos por goleada. Eso sí, si a las Administraciones Públicas les da por poner el foco en la cantidad y en el impacto económico del cicloturismo, entonces, Houston, tenemos un problema. Quizá sea mejor un/una cicloturista que pernocta siete o diez días y lo hace en lugares distintos, que no siete o diez cicloturistas llegados por la campaña publicitaria de turno y para que la Administración de turno saque pecho mostrando unos resultados que hablan de éxito. En turismo, una palabra esta, éxito, muy ambivalente.
En realidad no hay tanto cicloturismo como a veces los territorios se creen. Por supuesto, cuanto más fácil de practicar, mayor va a ser el número. El turismo de Vías Verdes o el de carreteras tranquilas con poco desnivel (o carriles bici) admite más practicantes. Esto incluye familias con sus niñas y niños, cuerpos rechonchos (y no réplicas de los escuálidos ciclistas de élite) o bicis de gama baja. Y bicis eléctricas, claro. Más fácil, más gente.
En fin, soy de la opinión que el turismo en bicicleta es básicamente una oportunidad. Responde a una manera de viajar más amable con el planeta que habitamos. Pero no deja de ser turismo. Y ahí, alrededor de este término, hay mucha tela que cortar. Quiero pensar, como decía, en términos de oportunidad. Viajar en bici. Suena bonito.

