Es febrero de 1975. Me llamo Julen y tengo diez años. Este domingo pasado, el día 14, mi abuelo cumplió 72 años. Por eso se llama Valentín, porque nació en esa fecha. Hace poco me contaban en casa que siempre había sido así. Mi abuela, Mercedes, nació un 24 de septiembre, y mi madre, Nieves, lo hizo un 5 de agosto. Las fechas dictaban sentencia y no parecía tan importante el nombre que eligieran. Cuestión del santoral. Mi hermana y yo se ve que hemos escapado a la tradición. A mi madre siempre le gustó Julen, lo dice a menudo.
Mi abuelo trabajaba en una de las grandes fábricas de la zona, la Balco, pero ya se jubiló. En realidad, yo sé que no se llama así, la Balco, sino que es la Babcock & Wilcox. Pero por aquí todos la llamamos la Balco. Igual que la General o la Naval. Pero mi abuelo también se dedica a sus animales y a cultivar algunas piezas. Planta patatas, habas, arbejillos, berzas, alubias y otro montón de hortalizas. Luego, además, están las piezas dedicadas simplemente a hierba para los animales. Bueno, no solo hierba, porque también cultiva maíz, nabos o calabazas, que son alimento para las vacas.
En casa siempre he conocido dos vacas. Son los únicos animales, además de nuestro perro, que tienen nombre. Me encantan las vacas. Son tranquilas y se dejan querer. De vez en cuando les pasamos la rasca. Mi abuelo quiere que estén limpias. Ellas, la verdad, son un poco guarras, esa es la verdad. No es difícil verlas manchadas porque se han tumbado encima de sus propias boñigas. Así que con la rasca les quitamos la mierda que se les ha quedado seca, adherida a la piel. Hay que tener cuidado porque suelen jugar con su rabo, que es muy fuerte, y si te pegan te pueden hacer daño.
Sí, de vez en cuando, me dejan hacer cosas de mayor. Incluso me han dejado catar las vacas. Hay que hacerlo con mimo. Parece fácil apretar las ubres, pero hay que hacerlo alternativamente y en diagonal, dejando resbalar los dedos de arriba hacia abajo por cada ubre. El chorro de leche sale entonces disparado. Me encanta el primer sonido contra el balde de zinc. Claro que es trabajo serio y aunque mi abuelo me deja hacerlo, tengo que poner mis cuatro sentidos en ello. Porque no es un juego, es un trabajo.
Mi abuelo ha cumplido 72 años. No sé por qué no hay regalos. Simplemente es un año mayor. Se llama Valentín.
Imagen de Steve Buissinne en Pixabay.

