07 Castellbò y los cátaros

by Julen

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Vale, ayer te dejé en ascuas. Bueno, seguro que pensaste que era un simple farol para mantener la tensión narrativa en estas crónicas. Cómo no iba a aprovechar otro día de buen tiempo antes de que esto se arruine, algo que, según todos los pronósticos, ocurrirá mañana. Pues, venga, al lío. Eh, espera, espera, que no hay prisa por salir, que los cuatro grados de las ocho de la mañana invitan a holgazanear a la espera de que Lorenzo vaya haciendo su trabajo, ¿no?

Ayer pasé por la tienda X-Pirience y compré unos escarpines. Hombre precavido vale por dos, ya sabes. Me quedé un rato hablando con el hombre que atendía y con otro lugareño sobre lo extraño que es este País de los Pirineos que tienen aquí al lado, Andorra. Por supuesto, en La Seu las conexiones son constantes, sea por motivos familiares o de trabajo. Ahora, con los precios imposibles de la vivienda en Andorra hay cada vez más gente que se viene a vivir a La Seu, aunque aquí el precio también ha subido, claro está.

Me cuentan del tráfico de bicis de gama alta a través de conocidos. Nada que no se haya hecho siempre, porque el contrabando ha existido, existe y existirá mientras haya fronteras que provoquen diferencias en los niveles de vida y en el acceso a ciertos bienes. Sale en la conversación lo que todo el mundo sabe que pasa en Andorra: el poder está en manos de unas pocas familias. Desde que a finales de la década de los 50 del siglo pasado se abrió el primer remonte en Pas de la Casa y el país comenzara a prosperar económicamente de la mano de los deportes de invierno (y luego por su condición de cuasi paraíso fiscal), esas familias supieron jugar sus cartas. En pleno siglo XXI siguen al frente. Es una ¿democracia? un tanto maquillada, donde solo una pequeña parte de la población puede votar. En fin, daría para mucho este tema. Vuelvo a la cita diaria con el pedaleo.

Hoy la cafetería del hotel está algo más animado que ayer (dos mesas están ocupadas). Me reafirmo en lo que te comenté ayer: muy digno este alojamiento y sus servicios. Lo que no te dije es que cuesta ¡solo 30 euros! Habitación individual (para nada pequeña) y desayuno incluido.

Al bajar, poco antes de las ocho, ya veo a un padre y su hijo preparados para su ruta con bicis de carretera. Van abrigados hasta las orejas. Literalmente.

A las diez comienzo mi segunda ruta circular desde La Seu d’Urgell. Bueno, no exactamente circular. He dibujado un ocho un tanto estirado y deforme en dirección noroeste desde la capital de la comarca del Alt Urgell. Incluye, atención, visita al aeropuerto. Para llegar hasta él doy un pequeño rodeo que evita la carretera principal. Me pego al río Segre y bajo junto a sus aguas hasta Arfa (es el Camino Natural de Les Mines, por donde llegué anteayer) para volver otra vez en dirección a La Seu hasta encontrar el cruce que lleva hacia el aeropuerto y los pueblos de Aravell y Bellestar. Al de poco de coger esta carretera se ve intuye arriba la pista de aterrizaje. De momento, dejo el acceso a mi izquierda y sigo adelante. Luego a la vuelta me acercaré hasta su terminal y te cuento.

Pedaleo tranquilo para ascender el primero de los dos puertos del día, que tiene un descanso en su primera parte. Me lo tomo con tranquilidad no; lo siguiente. No hay prisa alguna. Toca disfrutar del paisaje. El río Castellbó me acompaña allá abajo, al fondo del valle. Llego al pueblo de Castellbó, desde donde empieza ya la subida más en serio.

Castellbó es hoy un núcleo de población que pertenece al municipio de Montferrer-Castellbó por asuntos de la moderna intendencia político-administrativa de turno. Sus calles, estrechas y tortuosas, me conducen sin posibilidad de pérdida hasta la plaza, en la que manda la colegiata.

Además, se ven muchas casas antiguas, de los siglos XV y XVI, por lo que he leído. Abajo queda el puente, del que se sabe que ya existía en el XVIII, y arriba las ruinas del castillo.

Si vienes a mediados de agosto te podrás encontrar con las Jornades dels Refugis Càtars, con una serie de actos que incluyen conferencias y mesas redondas, pero también rutas, animación, conciertos y teatro.

Porque hablar de Castellbó es meter en danza a los cátaros, un movimiento religioso que emergió en los siglos XII y XIII como herejía frente a la Iglesia Católica y que tuvo especial arraigo en el sur de Francia. Echamos mano de la Wikipedia para aclarar lo fundamental:

Muchas fuentes historiográficas consideran que los cátaros eran dualistas, ya que al igual que los gnósticos, creían que existían un principio bueno y otro malo enfrentados. Más específicamente, creían que lo material era una creación demoníaca y que Jesús era un ser espiritual creado por Dios. Consideraban que las almas habían sido arrastradas del cielo y transmigraban después de la muerte a un nuevo cuerpo. Solo tenían un sacramento, el consolamentum, que consistía en la imposición de las manos para recibir el Espíritu Santo.

Te queda claro, ¿no? Vamos, que este mundo que tenemos aquí lo ha creado Satanás. Pero no pasa nada, tranquilidad. Si hemos sido buena gente, al morir transmigramos a mejor. Nuestra alma transmigrará en un cuerpo más apto para que progresemos espiritualmente. Eso sí, si te has portado mal, vete pensando que a lo mejor renaces en un cuerpo con taras o en el de un animal. Ah, los cátaros creían también que había almas creadas por el demonio, difíciles de distinguir de las demás. ¿Y quiénes eran sospechosos de poseer esas almas? Toma nota: los reyes y los jerarcas católicos. Haciendo amigos. Así iban a progresar estos cátaros, los muy ingenuos buscándose líos con los poderosos.

Con todo esto, ya puedes imaginar que las autoridades religiosas del momento se mosquearon. Y en aquella época había que perseguir como Dios manda a los herejes. Así que el Papa de turno puso en marcha una cruzada contra los cátaros de Occitania en la que participaron nobles y obispos franceses. Y luego, por si acaso, vino la Inquisición para rematar la faena. Total, que los cátaros pasaron primero a la clandestinidad y después, en un par de siglos, adiós muy buenas. Eran historia. Pues bien, en este contexto, allá por el siglo XII, con los cátaros de por medio, hay que mencionar, sí o sí, a Ermessenda de Castellbó. Sí, de Castellbò. Te cuento.

Esta mujer era vizcondesa de Castellbò y, por matrimonio, condesa de Foix. Hija única y heredera de Arnau I de Castellbò, se casó con Roger Bernat II de Foix en 1208, aunque al matrimonio se oponían tanto el obispo de Urgell como el conde de Urgell, Ermengol VIII. O sea, bronca de por medio. ¿Te hago spoiler? Mira cómo terminó la mujer: «En 1267 el inquisidor general de Cataluña, Pere de Cadireta , mandó desenterrar los restos de Arnau I de Castellbò y de su hija Ermesenda, acusados de herejes cátaros y los hizo quemar dejando volar al viento las cenizas». Si quieres saber más de Ermessenda, hay por ahí una trilogía de novelas.

Bueno, sigo ruta. No me separo del río Castellò. Ahora lo llevo a mi izquierda mientras pedaleo por una carreterita perdida entre estos montes de asfalto inmaculado. Se ve que es ruta frecuentada por ciclistas. Le digo por fin adiós y encaro la subida hasta el pueblo de Albet. Paro y veo que la iglesia, muy pequeña, está abierta.

En unos pocos kilómetros llego a Seix. Son cuatro casas (creo que alguna menos, no obstante) que comparten territorio con la iglesia de Sant Serni (San Saturnino). Es una pequeña iglesia románica del siglo XII. Una sola nave, un ábside semicircular, una espadaña de un solo ojo. Aquí, perdida en un lugar recóndito. Más adelante, en Santa Creu, otra iglesia amiga, de cuya existencia ya se sabía en el siglo IX: de nuevo una sola nave y un solo ojo en la espadaña. Y esta vez sin ábside. Eso sí, con canasta de baloncesto incluida en el precio.

La carretera todavía asciende un poco más, justo hasta dar con Sant Andreu de Castellbò. Desde aquí queda el acceso a la estación de esquí de fondo de Sant Joan de L’Erm. A su pequeña iglesia románica le han colocado una espadaña evidentemente enferma de anisometropía. O sea, un ojo más alto que otro. E incluso de diferente tamaño. Alguna razón habría, digo yo.

Bueno, sigo, que vienen unos cuantos kilómetros de bajada, al principio con algún que otro falso llano, pero luego ya con más pendiente, hasta volver a Castellbò. Desde allí haré el regreso por otro camino diferente al que empleé para llegar hasta allí. Paro en un mirador. Sí, otra vez el Cadí-Moxieró nevado enfrente.

A la salida de Castellbò cojo una carretera que más parece pista que cruza el río y que da inicio a la segunda tachuela del día. Paso junto a los caseríos de Cércedol y Castellnovet. Los dejo atrás y justo al de poco de coronar, me sale al paso Vilamitjana del Cantó. Parece que sumando alrededores y downtown llegan a ser casi cincuenta vecinos.

Sigo hacia la carretera por la que subí a Castellbò, con la que doy después de cruzar de nuevo el río de su mismo nombre. Bueno, bueno, más despacio, Julen, no tengas tanta prisa. ¿Te saltas el desvío que lleva a las ruinas del antiguo priorato de Santa María de Costoja? ¿Cómo osas semejante afrenta?

La mención más antigua del lugar de Costoja es del año 1015. El año 1064 pertenecia al capítulo de los canónigos de la catedral de la Seu d’Urgell. Más adelante, el lugar fue cedido a la orden militar de Sant Juan de Jerusalén. El año 1220 ya consta la existencia de una encomienda hospitalaria.

¿Y quién te crees que estuvo enterrada aquí? Claro, ahora caes: nuestra valiente Ermessenda. O sea, por aquí tiro el malo malísimo de Pere de Cadireta las cenizas. Ahora ya del tiempo que en su día hubo aquí solo quedan unos pocos restos, descubiertos en 1996: unos fragmentos de fachada, con una hilada de opus spicatum, y una ventana. La puerta de entrada en arco de medio punto, hoy tabicada, se abría en la fachada oeste.

¿Recuerdas que antes te dije que celebraban unas Jornades dels Refugis Càtars que incluían, entre otros actos, teatro? Según parece, es aquí donde se representa la obra «Cercamón», de Lluís Racionero. Ahí donde lo ves, en la promoción del libro dicen que ha sido «el primer best-seller catalán ambientado en la Edad Media». Pues será verdad, qué sé yo. Venga, vamos del siglo XI al XXI en apenas cinco kilómetros. Regreso al futuro, por supuesto. En vez de Delorean, tengo una Orbea Oiz.

Cojo por fin la carretera de tres carriles por cada sentido en dirección al aeropuerto de Andorra – La Seu. Bueno, de un solo carril, qué más da. Ya ves tú, hay que salvar casi cien metros de desnivel para subir hasta el aeropuerto. Pedaleo suave, como ha sido la constante hoy, hasta alcanzar la terminal. Es una infraestructuras de mínimos si lo comparamos con cualquier otro aeropuerto «normal». Pues bien, que sepas que el aeropuerto de Andorra – La Seu (que así se llama) genera debate en la comarca. No está claro lo que da y lo que quita, sobre todo según desde dónde lo mires, sea desde Andorra o desde La Seu y la comarca del Alt Urgell.

Se construyó en 1980 y el primer vuelo comercial, que unía La Seu con Barcelona, tuvo lugar un 29 de julio de 1982. Sin embargo, dos años después se cerró a vuelos comerciales. No fue hasta 2010 cuando se reabrió tras unas obras de remodelación y solo desde 2015 se consiguió que operaran de nuevo vuelos comerciales. En el momento de escribir este post solo hay conexión con Madrid y Palma de Mallorca con una frecuencia de dos días a la semana. Y por no haber, no hay ni taxis permanentes. No cabe duda de que un aeropuerto como este, cogestionado por el Gobierno de Andorra y la Generalitat de Catalunya, tiene que presentar su complejidad.

Cómo un señor, he dejado la bici a la entrada de la cafetería que hace de terminal y me he comido un «bocadillo aeropuerto» porque, según me ha dicho el hombre que me ha atendido, es la especialidad: tortilla con butifarra en pan con tomate.

Ya solo queda volver al hotel en un visto y no visto. Colada, ducha, escribir el post y a prepararse para la procesión del Santo Entierro. Mañana te cuento.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 465,2.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 6.393.

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Fotografías de la ruta.

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