La segregación por género en el deporte profesional y de élite

by Julen

Recuerdo una clase de ética en el grado de Business Data Analytics que se me quedó especialmente grabada en la memoria. Estuvimos analizando la compleja definición de género que afrontamos hoy en día. Todo tenía que ver, claro está, con la forma en que recogemos datos. Porque los datos, no lo olvidéis, tienen ideología. En la actualidad comienza a ser habitual que en cualquier formulario que recoge datos de quien lo está contestando se pregunte por el género, no desde una perspectiva binaria, sino incluyendo una tercera opción. Así, puedes contestar masculino, femenino o no binario. La cuestión es que este no binario no es una variable discreta como las anteriores, sino una variable continua. Es decir, en un continuo podemos sentirnos más o menos cerca de uno de los supuestos extremos: mujer u hombre.

El deporte vive de un tiempo a esta parte la dificultad de definir su categorización por género. Bueno, menos mal que ha llegado el mandamás zanahorio para resolverlo. Voy a un caso personal con que me topé hace ya unos cuantos años cuando trabajaba como director de recursos humanos en una empresa. Teníamos que seleccionar una persona para el almacén de materia prima. Su responsable pedía, lógicamente, un hombre. ¿Por qué digo «lógicamente»? Su análisis era sencillo: en su equipo solo había hombres y el trabajo requería cierta fuerza física. Además, yo sabía que allí había un único vestuario. Todos eran hombres. El contexto y el tipo de trabajo impedían que pensara que podía aterrizar una mujer.

En realidad, cuando pienso en «fuerza física» no tengo por qué considerar la segregación por género. Pero desde tiempos inmemoriales funciona el sesgo cognitivo: como la estadística me dice que las mujeres generalmente tienen menos fuerza física que los hombres, deduzco que no hay mujeres que superen en ese aspecto a los hombres. En realidad, es tan sencillo como rebatir al responsable del almacén de materia prima: no necesitas un hombre, necesitas una persona capaz de desplegar una determinada fuerza física. Ahora hablemos de deporte.

¿Por qué hombres con hombres y mujeres con mujeres? Es una simplificación. Pero, claro, una simplificación que comporta unas tremendas implicaciones de carácter social. Si una mujer compite contra quienes estadísticamente están a su nivel, el nivel de progreso digamos que se estanca. Al margen de los beneficios desde la perspectiva de que todas somos personas y eso es lo que tenemos en común —más allá de la variable género—, me parece evidente que el progreso en destrezas y en fuerza tiene mucho que ver con la referencia de quienes compiten contigo. En su día ya escribí sobre el sesgo de género en las bicis de spinning.

En edad escolar lo admitimos: niñas, niños y quienes no se identifican con ninguna de estas dos opciones compiten bajo una misma categoría. Pero llega un momento en que el deporte no es capaz de mantener lo que se lleva a cabo en pleno proceso de formación en valores. No, llega un momento en que el sistema no puede soportar esa forma de competir. Y es entonces cuando arrasa la categorización por género binario: mujeres a un lado y hombres a otro. Hasta ahora. Mujeres dan un espectáculo y hombres otro. Mujeres reciben unas recompensas y hombres otras. Con excepciones, por supuesto, pero aún sin llegar, ni de lejos, a la equiparación. Y en el argumentario, nada como escuchar a Rafa Nadal cuando le preguntaron si es justo que las mujeres ganen lo mismo que los hombres:

Es una comparación que ni siquiera debería hacerse. Las modelos ganan más que sus colegas pero nadie dice nada. ¿Y por qué? Porque ellas tienen más seguidores. En el tenis pasa lo mismo, ganan más aquellos que movilizan más público.

Ya veis, es una cuestión de impacto. No parece que sean valores —a los que se recurre cuando conviene—, sino que tiene que ver con el impacto. Más público, más ingresos. Una rueda perversa, desde mi punto de vista.

Si de lo que se trata es de competir dando espectáculo, ¿por qué no reunir al mismo nivel a personas que pudieran desarrollar destrezas y habilidades similares? ¿Por qué hay que aplicar a todo un género, el de las mujeres en este caso, la estadística que las iguala? Desde luego que el asunto es extraordinariamente complejo. Más ahora, que quienes se definen respecto a género como «no binario» plantean un conflicto al deporte profesional: ¿contra quién debo competir? Ahí está el caso de Caster Semenya.

Por otra lado, vivimos situaciones anormales. En el fútbol de élite parece que no hay hombres homosexuales. Sí, esto sucede en 2021. Mientras, sí que hay lesbianas en el fútbol de élite femenino. Normal. ¿Por qué no hay hombres homosexuales en el Athletic de Bilbao, en el Barcelona o en el Real Madrid? La estadística dice (datos a agosto de 2021) que el 21% de los hombres han tenido experiencias homosexuales. Si extrapolamos —es solo un supuesto—, en el Athletic, el club que me queda más cerca, hablaríamos de dos futbolistas que han mantenido relaciones homosexuales en su última alineación titular, ¿no? Pero no, eso no, aquí no. ¿Por qué no?

La presión mediática es descomunal. La cuestión de género y de identidad sexual necesita un repensado en el deporte de élite. Los casos que afloran siguen siendo excepciones. La categorización mujer/hombre plantea problemas no ya desde la fisiología, sino desde lo cultural y lo social. Para mí, en general, el deporte de élite fracasa estrepitosamente en la forma en que interioriza la cuestión de género. No es buen ejemplo, para nada.

Por terminar con que otro mundo es posible, me voy al rugby. Ahí, en ese deporte –que quien no lo conoce de cerca enseguida puede conceptualizarlo como de hombrones violentos– hay un caso muy bonito. Me refiero a uno de los mejores y más mediáticos árbitros, Nigel Owens. En mayo de 2007 declaró públicamente su condición de homosexual. Su historia es realmente inspiradora. Por cierto, este año pasado se casó, en agosto de 2024, contrajo matrimonio en su Gales natal.

Imagen de 5132824 en Pixabay

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