El domingo, carretera y manta

by Julen

De niño, el domingo era el día de «carretera y manta». A media mañana, tras pasar un rato en la cocina escuchando la radio –no podía faltar el doctor Usparitza, de la DYA–, nos arreglábamos y marchábamos a pasar el día fuera. Básicamente había dos opciones. La primera, en época de buen tiempo, nos conduciría, con la comida a cuestas, hasta algún destino playero. La segunda, para el resto del año, incluiría comer en algún restaurante.

Eran escapadas que nos devolvían a casa a última hora de la tarde. En aquella época tuvimos dos coches. Primero fue un Seat 124 blanco y luego un Seat 131 Supermirafiori rojo. Mis padres, delante; mi hermana y yo, detrás. Supongo que a veces más tranquilos y a veces dando guerra. No había de por medio ninguna obligación de emplear asientos adaptados para niños. Aquella parte de atrás del coche nos pertenecía al completo. Era nuestro campo de juego.

Para estas escapadas dominicales teníamos nuestros lugares predilectos. En verano, Noja, Laredo o la playa de Oriñón eran destinos frecuentes. Siempre había que tener en cuenta que necesitábamos un lugar tranquilo y a ser posible con sombra para comer. La mesa plegable y las sillas playeras, un mantel probablemente de cuadros y toda una completa cubertería «portátil» que se transportaba en una cesta de mimbre plastificado hacían posibles aquellas jornadas estivales.

En otras épocas del año un destino muy habitual eran las instalaciones del Athletic Club en Lezama. Veíamos algún partido de equipos de categorías inferiores y luego podíamos ir a comer a Morga, por ejemplo. Allí eran plato obligado las alubias con su chorizo, morcilla y el resto de sacramentos. Luego había que elegir algún sitio para pasear un poco antes de emprender el regreso. El día podía terminar delante de la televisión. A las ocho de la tarde solía haber partido de fútbol. Todavía me resuena la música previa a que se estableciese la conexión.

Imagen de StockSnap en Pixabay.

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