El Cerro

by Julen

De las campas que teníamos, la del Cerro era quizá la más coqueta. Quedaba (queda) junto a uno de los caminos que iba de Urioste a la zona del barracón en Ortuella, un poco por encima de la vía Galdames. Aquella campa quedaba realmente lejos de nuestra casa para la percepción de las distancias que manejaba un niño. Hoy creo que no tardo ni cinco minutos en llegar allí desde nuestra casa cuando alguna vez me he acercado con la bici .

Aquella campa se distinguía de las demás porque tenía unos robles. Como tantas otras, quedaba en cuesta. No era, por tanto, lugar para jugar al balón. Tampoco era un lugar al que llevar nuestras vacas. Muchas veces, si íbamos hasta allí, era porque había algún plan de por medio. Podía tener que ver con irnos a merendar para pasar una tarde de verano o acompañar a mi abuelo porque había que arreglar algo relacionado con las lindes.

El Cerro compartía con otras de nuestras campas el hecho de proporcionar vistas a la vega que conformaba el río Ballonti. Pasar la tarde allí era dejar vagar la mirada hacia aquella vega, hacia el Serantes y el depósito de agua de La Florida, en Portugalete. La vía del tren quedaba muy cerca, pero las locomotoras dejaron de transitar en 1969, cuando yo tenía cinco años. No tengo recuerdos concretos de ver pasar los vagones, aunque, por supuesto, algo quiere quedar por ahí en la memoria.

Para entrar a la campa del Cerro había que pasar un primer tramo a veces embarrado. Recuerdo luego un escalón en el terreno y después ya la campa en sí. Hoy es el día que los robles siguen ahí y le dan carácter al terreno. Las vistas han cambiado radicalmente, eso sí. Ahora la autopista hacia Cantabria se ha comido el paisaje. Aquella campa era especial. Así como otras casi no llegué a conocerlas, el Cerro ocupó cierto lugar en nuestra vida infantil.

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