20 Drammen-Gardermoen #NoruegaEnBici

by Julen

Strava: https://strava.app.link/ao1Nk64PJLb

Pues ya está. Hoy pedaleo la última etapa, con dos partes muy diferenciadas: la primera desde Drammen hasta Oslo y la segunda en la que he diseñado un recorrido por algunos lugares especialmente interesantes de la capital de Noruega. Luego, a primera hora de la tarde cogeré un tren que va hasta el aeropuerto y de allí me iré al hotel a embalar la bici de nuevo en la caja y volar mañana de regreso a Bilbao. Finalmente voy a intentar reutilizar la caja. Espero emplear lo mejor que pueda ese maravilloso invento llamado cinta americana.

Mi hotel, el Comfort Hotel Union Brygge, queda muy cerca del río, al otro lado del centro histórico, en el barrio de Grønland, que bien merece una mención. Por lo que he leído acerca de la historia reciente de Drammen, creo que guarda cierto paralelismo con lo que ha sucedido, de alguna forma, en Bilbao. El río (en Bilbao la ría) ha marcado, para bien y para mal, a la ciudad. Drammen estuvo vinculada a la industria papelera, Bilbao a la siderúrgica. ¿En común? Contaminación hasta casi el colapso. Como he llegado a leer: «Durante un tiempo no pudimos caminar junto al río debido al hedor y a todas las heces de cerdo que flotaban en la superficie». El barrio de Grønland, donde, como decía, queda mi hotel, fue antaño una zona pantanosa. Ya en el siglo XVIII servía como lugar de almacenamiento de madera. Se hizo transitable en la década de 1840 y a partir de entonces creció como zona industrial papelera.

A/S Forende Papirfabrikker, julio 1942

La historia de la industria papelera en Drammen alcanza hasta 1993. En ese año cerraron las últimas instalaciones.

Con este cierre, la industria papelera de Grønland pasó a la historia. Las propiedades y el parque inmobiliario fueron gestionados entonces por la división inmobiliaria Union (Co.) A/S bajo el nombre de Union Næringspark. Gran parte del parque de edificios de las fábricas de papel de Drammen ha sido demolido como resultado de la renovación del distrito. En 2004, las salas de máquinas de PM 1, 2 y 3 (que se extendían a lo largo de la calle en Grønland) fueron demolidas y luego reemplazadas por el Comfort Union Hotel. Lo que no ha sido demolido ha sido rehabilitado y permanecerá.

Ya veis, los cimientos de este hotel en que me hospedo están vinculados para siempre a lo que un día fue la industria papelera de Drammen. Queda hoy situado en medio del «nuevo» Drammen, con el río y Union Scene, una sala de conciertos que nació de las ruinas de un antiguo almacén de papel, como vecinos más cercanos, tal como indican en su página web.

Fuente: https://www.unionscene.no/historie/

Aquí cerca queda la Universidad del Sudeste de Noruega, la cuarta más grande de Noruega, con aproximadamente 17.000 estudiantes y 1.900 empleados, repartidos en ocho campus. Cuenta con tres facultades: Ciencias Sociales y de la Salud por un lado, Humanidades, Ciencias del Deporte y de la Educación, por otro, y, finalmente, Tecnología, Ciencias Naturales y Ciencias Marítimas. Además, dispone de una Escuela de Negocios. Y sí, hasta aquí también ha llegado la sensibilidad con la masacre del pueblo palestino. El pasado 19 de febrero de 2024 la universidad ponía fin a los acuerdos de cooperación con la Universidad de Haifa y el Hadassah Academic College de Israel.

Drammen, como ya comentaba ayer, es toda una ciudad: la sexta más grande de Noruega, con 105.000 habitantes, y con un ritmo de crecimiento de los más elevados del país. Salgo a dar un paseo vespertino. Desde la universidad, a través del Ypsilon, un puente estilo Calatrava que cruza el río, me acerco al centro histórico de la ciudad.

El centro es en su mayor parte peatonal, por supuesto, y deja ver edificios de madera del siglo XIX. En la parte alta, en dirección a la ladera cercana que queda al norte, destaca el edificio de la Iglesia de Bragernes, que luce una imponente torre neogótica. Allá me voy, pero me dan con la puerta en las narices porque cierra a las cinco de la tarde.

Hace una tarde estupenda para pasear. El centro tiene también, lo siento, esa sucesión de lugares comunes en forma de marcas comerciales. Además, están construyendo un nuevo puente y hay un tremendo follón de obras con cinco grúas a la vista. La zona de la estación de tren está patas arriba. Hay animación, no cabe duda. Si Trondheim se veía turistica, Drammen parece más una ciudad de locales, aunque escucho alemán y francés por la calle. Será bonito ver todo esto con la población universitaria llenando los espacios.

Tras el paseo por Drammen, decido, por fin, probar la comida local. O sea, me voy a un restaurante indio. ¿Carta en inglés? Va a ser que no. Menos mal que en un sitio así la carta es más o menos la misma, con nombres comunes, da igual donde estés. Pues que sea un cordero tikka masala. Joder, menos mal que le he dicho que le meta poco picante.

A las 6:30 estoy desayunando en el hotel. Parece ser una hora habitual para comenzar en días entre semana cuando puede haber gente alojada por motivos de trabajo. Unos huevos revueltos, avena y alguna cosilla más. Con algún tentempié de por medio, esta comida y la cena (a partir de las 18h) han sido mis dos ingestas principales de cada día durante la ruta.

Venga, vamos con el pedaleo. Nada más salir del hotel cruzo el río Drammenselva por el puente Ypsilon. Tuerzo a la derecha y durante un par de km voy pegado a él (excepto el tramo en obras). Dejo atrás el fiordo de Drammen y me acerco a la E18, que es la vía rápida que se dirige a Oslo. Coches, camiones y autobuses emplean sus motores, yo mantengo mi humilde velocidad velocipédica de crucero.

En breve comienza una pequeña tachuela: 240 m de altitud que suponen la subida del día. Como última etapa, sin prisa alguna. Voy cruzando por muchos núcleos habitados y también otras zonas de carácter industrial, pero a veces vuelvo a tramos en los que domina la naturaleza. Me rodea el mundo civilizado, su ruido queda por aquí cerca. Es difícil ubicarse. Paso por debajo de la autopista y me dirijo hacia Borgen primero y luego Sandvika. En breve dejo atrás el condado de Akershus y entro en el de Oslo al cruzar el río Lysakerelven.

Menos mal que existe el GPS y que es capaz de buscar opciones en una auténtica maraña de carriles bici y carreteras. A cada vuelta de biela hay un cruce. Vaya jaleo.

El fiordo de Oslo queda aquí al lado, hacia el sur. Le saludo frente al edificio del museo de arte contemporáneo de Astrup Fearnley y tomo dirección hacia el parque de esculturas de Gustav Vigeland, que se ubica dentro del Parque Frogner y que es, ahí es nada, la atracción turística más visitada de Noruega, con entre 1 y 2 millones de visitantes cada año. Está abierto al público de forma permanente.

El caso es que este escultor dedicó más de veinte años al proyecto de disponer una exposición abierta de sus obras, que es lo que podemos ver hoy. La instalación Vigeland presenta 212 esculturas de bronce y granito, que culminan en el famoso Monolito. Ahí 121 figuras se enredan unas en otras para llegar a la cima de la escultura.

Salgo del parque en dirección sur pasando junto a la Mansión Frogner, donde se encuentra el museo histórico local de la ciudad de Oslo. Me acero hacía la stavkirke de Gol, del siglo XII. El nombre la delata: es originaria de Gol, en el condado de Buskerud y tiene un aire muy parecido a una de las más emblemáticas, la de Borgund. La iglesia está reconstruida y es ahora parte del Museo Noruego de Historia Cultural en Bygdøy.

Cómo no, para esa reconstrucción andaba de por medio la Fortidsminneforeningen (recuerda, la Sociedad para la Preservación de Monumentos Antiguos de Noruega). Querían preservar la iglesia, que iba a ser demolida para construir otra nueva allá en Gol. Así que, por 200 coronas, dicho y hecho: en 1881 el entonces Rey Oscar II pone a disposición los terrenos y, madera a madera, da comienzo la reconstrucción.

Sin embargo, los de la Sociedad no tenían la pasta suficiente. Pues nada, el rey es el rey. Yo pongo el dinero, yo me quedo la iglesia en propiedad. Hasta hoy. Por cierto, tenéis que saber que hay varias copias repartidas por distintos lugares. Se levantó una en el sitio donde estaba el emplazamiento original (inserta dentro de un parque temático), pero también hay un par de ellas en Dakota del Norta y en Orlando (USA), respectivamente.

Voy con cuestiones más mundanas. Para reconstruir la caja de la bici necesito cinta americana. He mirado que hay una tienda estilo ferretería que la vende y queda aquí cerca, en Skoyen. Ya está, luego sesión de bricolaje.

Vuelvo hacia el centro de la ciudad. Me acerco hacia el castillo y su extenso parque alrededor, que me queda de camino a Grünerløkka, el que hoy en día es, sin duda, el barrio hipster por excelencia de Oslo. Ya sabes: cafés, tiendas de segunda mano, música alternativa, deportes urbanos, estilo vintage… Antes fue un barrio obrero e industrial, pero ahora se ha transformado en moda y cultura. Se puede aprovechar también para seguir las huellas del ilustre expresionista Edvard Munch, quien vivió por el barrio. Y de Grünerløkka a Vulkan, barrio famoso por sus graffitis, un buen lugar para disfrutar del street art. Una de las áreas más alternativas y chulas de Oslo.

Me dirijo de nuevo hacia la zona portuaria, donde son obligadas algunas visitas. Paso junto al cementerio de Vår Frelsers Gravlund, donde reposan los restos de Munch (y del dramaturgo Henrik Ibsen, por cierto).

Pedaleo hasta llegar al muy conocido edificio de la Ópera. La Ópera de Oslo, erigida junto al fiordo de Oslo, es el corazón cultural de Noruega. Su diseño vanguardista, obra del estudio Snøhetta, la convierte en un icono de la ciudad. Su exterior, de mármol blanco y granito, junto a la torre escénica, revestida de aluminio, contrasta con el azul del fiordo.

Hay muchísima animación a su alrededor. Están preparando un evento con Red Bull de por medio y se nota. Más que un teatro, la Ópera es un espacio público. Sus amplias escaleras invitan a subir y pasear por su techo, disfrutando de las vistas panorámicas de la ciudad. Sí, por qué no, me recuerda a todo el entorno del museo Guggenheim allí en Bilbao. Parecen compartir la misma idea de espacios culturales en los que el continente juega un papel tan importante como su propio contenido. La Ópera de Oslo dispone de un auditorio principal, con forma de herradura, con capacidad para 1.360 espectadores bajo una impresionante lámpara de araña de cristal.

Muy cerca queda el museo de Edvard Munch, figura clave del expresionismo. Siempre se ha dicho que pocos artistas Munch han sido capaces de plasmar en sus obras con tanta intensidad las aflicciones del alma humana. Claro que su biografía nos presenta a un chico que perdió a su madre (a los 5 años) y a su hermana de tuberculosis, que sufrió frecuentes ataques de ansiedad y depresión, con alucinaciones auditivas y delirios de persecución. En 1908, un colapso nervioso lo llevó directamente a un sanatorio psiquiátrico en Dinamarca. Se dice que sufría neurastenia, trastorno bipolar e incluso esquizofrenia. Con todo ese bagaje, quizá no te deba extrañar que su arte estuviera marcado por la enfermedad, la soledad, el amor, la pérdida y la muerte misma. Emociones profundas, en cualquier caso: un verdadero icono de la angustia existencial.

Probablemente una de esas obras que, aunque no tengas demasiada afición a la pintura, sepas reconocer es El grito. Enseguida es fácil reconocer la angustia que inunda esta pintura cargada de cierto aire onírico. El cielo, de color rojo sangre, y la figura contorsionada que parece desgañitarse en un lamento visceral, transmiten un dolor profundo, conmovedor.

En fin, su legado artístico es una ventana a las emociones más íntimas del ser humano. Su fuerza expresiva nos invita a confrontar nuestras propias sombras y reflexionar sobre la condición humana. Tras tres semanas pedaleando por Noruega, no deja de ser un contraste enorme: la naturaleza humana evidencia un amplísimo espectro de registros emocionales. Desde la felicidad hasta la melancolía, por ahí vamos deambulando poco a poco, cada cual a la busca de encontrar nuestras zonas de seguridad. A veces cuesta más, a veces menos.

Dejo atrás la atormentada vida y obra de Edvard Munch. Voy a coger un poco de aire, necesito elevarme por encima de la angustia existencial de Munch.

Un poco antes de llegar a Christiania, desde lo alto de una montaña se abre ante ti una de las vistas más hermosas que conozco en Europa. Es grandioso, amplio y encantador, pero no salvaje, como cabría esperar. En primer plano, acantilados desnudos y, a lo lejos, altas colinas boscosas, mientras que a los pies se encuentra un país fértil, rico y bien cultivado y una ciudad considerable, que, sin embargo, parece más grande de lo que realmente es, así como el puerto más pintoresco. Olvidé por completo que estaba a 60 grados de latitud norte, pero pensé que estaba reservado para los países más bellos y benditos de Europa. En realidad, apenas conozco en ningún lugar una vista que incluya tanta diversidad de paisajes.

Así es como describía un tal Krüger la vista desde la colina de Ekeberg allá por el siglo XIX. Y es que, para obtener una panorámica de la ciudad, nada como subirse hasta aquí. Convertida en un parque, boscoso en su mayor parte, entre otros calificativos recibe el de «muralla verde de la ciudad». Es la zona más rica del condado de Oslo en monumentos culturales prehistóricos que evidencian que por aquí se llevó a cabo el asentamiento más antiguo de la capital. Pero es que, además, curiosamente, es otro de los lugares con cierto protagonismo en El leopardo, la novela de Jo Nesbø que mencioné hace unos días. No todo es zona montañosa de Ustaoste y Geilo, esta colina también encuentra su hueco. Es el lugar al que Harry Hole acude, tanto con su amigo Øystein o su compañera Kaja, para compartir confidencias y contemplar la ciudad de Oslo desde unos búnkeres.

Harry salió del restaurante con pista de baile, que ya no era un restaurante con pista de baile, y bajó por la pendiente hasta la Escuela de Marina, que ya no era una escuela de marina. Continuó hasta los búnkeres que habían defendido a los conquistadores del país. Allá abajo, a sus pies, se extendían el fiordo y la ciudad, ocultos por la niebla. Los coches avanzaban despacio con sus ojos amarillos, felinos. Un tranvía apareció de entre la niebla deslizándose como un espectro, rechinando los dientes.

Fuente. https://cs.m.wikipedia.org/wiki/Soubor:Ekeberg_bunker.jpg

Desde luego que subirse a esta colina es un regalo para la vista. Además, si tienes la ocasión y el dinero, puedes reservar mesa en el restaurante al que se alude en la novela, el Ekebergrestauranten, un clásico aquí en Oslo. Es un edificio citado muy a menudo entre los mejores ejemplos del funcionalismo, aquella corriente arquitectónica que se guía por eso de que «la forma sigue siempre a la función». de los . Si en Tronheim subí hasta su fortaleza, aquí la referencia es este mirador.

Bajo por un bosque. El camino presenta una pendiente considerable. Pie a tierra por si acaso. Decido acercarme hasta la tienda de Unaas Cycling, la que distribuye Orbea en Oslo. Quería saludar, pero había bastante lío de gente. En fin, al menos la foto. Ah, y la tienda era tremenda. Tenía dentro un pequeño circuito con madera, cómo no, para practicar habilidades sobre la bici. Ah, y por cajas de cartón de Orbea, que no sea jeje.

Ya solo queda ir hasta la estación y coger el FlyToGet que lleva al aeropuerto. Es un trayecto muy cómodo. En poco más de 20 minutos de tren estoy en el aeropuerto y en otros 10 de bici en el hotel. Muy fácil salir pedaleando de este aeropuerto de Gardermoen, la verdad. Se agradece.

Bueno, hasta aquí estos veinte días de bici por Noruega. Ya contaré balance y alguna cosa más quizá mañana o algún otro día. Espero no dilatarlo. Gracias por leerme.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 1.344,45.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 14.696.

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Fotografías de la ruta.

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2 comentarios

Amalio A. Rey 03/08/2024 - 13:15

¡¡Vaya recorrido que te has hecho, tío!! Más de 1.300km, y con ese desnivel acumulado, es una bestialidad, al menos para mí, que soy de correr como los cobardes 🙂 Lo que cuentas del restaurante indio es un clásico. Acudo a sitios así cuando me cuesta entenderme con el idioma al pedir platos en restaurantes. Lo de que pongan poco picante es un imposible. Supongo que ya tendrás ganas de «recogerte». ¡¡buen viaje de regreso!! y gracias por compartir… Muy interesante (y documentado) todo lo que has contado…

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Julen 04/08/2024 - 04:37

Gracias por leerme, Amalio. Ya estamos en casa. Cada cual hemos ido acostumbrando al cuerpo a ciertos ritmos. Espero poder seguir unos años más con este tipo de viajes, que me rejuvenecen en lo más profundo.
Ahora toca una semana de trabajo intensivo con los nietos, jeje.

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