11 Isfjorden-Stranda #NoruegaEnBici

by Julen

Strava: https://strava.app.link/e8EBtGnPuLb

Estoy en un camping en Isfjorden, al final del fiordo de Romsdal. Tengo una habitación enorme con su sala de estar y hasta nevera. En el alojamiento hay cocina disponible. Los baños son compartidos. Todo muy limpio.

Caigo redondo en una siesta inevitable. Al calor de la calefacción (sí, aquí ni que sea verano, está puesta en todos lados) me entra un sopor que me conduce irremediablemente a los brazos de Morfeo. De vuelta a la vigilia, consigo quitarme la modorra y paseo hasta el pueblo, cuyo centro son cuatro casas, con la iglesia, un supermercado y un restaurante que cierra a las seis de la tarde. Lo que viene a ser ambiente, no te voy a engañar, no hay. Paso un rato entre los lineales del supermercado e intento algo de coger cultura culinaria noruega, pero cuesta. No obstante, es un divertimento.

Alargo el paseo por el camping, que es muy pequeño. Eso sí, ofrece el menú completo porque hay gente alojada en cabañas (todas ocupadas), en autocaravana y también en tienda de campaña. Venga, a cenar. Me apaño con cosillas que he comprado en el súper. A disfrutar de la salta de estar.

Comienzo temprano en Isfjorden. Me dirijo hacia Åndalsnes, pegado como ayer al Romsdalsfjord, aunque esta vez por su lado sur. Precioso el efecto espejo del agua.

En apenas cinco kilómetros entro en la capital administrativa del municipio de Rauma. Si el tramo pegado al fiordo era precioso, los suburbios de Åndalsnes y la zona de la estación de tren, mejor para olvidar. No todo va a ser un regalo para los ojos en territorio de fiordos. Y hasta ahí voy, a la estación de autobuses, que queda pegada a la de tren. Porque…

Mi gozo en un pozo. Se suponía que esta iba a ser la etapa del famoso Trollstigen. Si anteayer pedaleé por los ultrafotografiados puentes de la Atlantic Road, cuidado, porque hoy tocaba subir por la carretera turística más visitada de Noruega pedalear por ella durante casi 60 kilómetros. El valle del río Rauma, la cascada Stigfossen, con sus 320 metros de caída, y la serpenteante carretera que conduce hasta la cima, con las vistas que proporciona, tienen la culpa de que sea la más visitada. Ese es el primer tramo de la «carretera turística». La estadística dice que en temporada alta pasan por ahí 2.500 vehículos al día. Suele estar abierta de mayo a octubre, pero hace poco ha habido desprendimientos y está cerrada no solo a coches, sino también a bicis e incluso a peatones. Este tramo es uno de los 18 que ahora mismo disponen de la distinción de «ruta panorámica«.

Conste que hasta aquí se vino en 1936 el entonces rey de Noruega, Haakon VII, a inaugurar el chiringuito. Eso sí, Olav el Santo pasó antes por Trollstigen en 1028. Todavía hay categorías, no nos vengamos arriba. Según parece, una de las principales razones por las que se construyó originalmente este paso de montaña tiene que ver con que la gente de Valldal, al otro lado de la montaña (hasta donde hubiera llegado pedaleando de no estar cerrado el paso), no quería perderse el gran mercado anual que se organizaba en una granja de este lado, el conocido como Mercado de Romsdal. Hablamos del siglo XVIII. Finalmente el mercado se suspendió como tal en 1875, pero se ve que la semilla de que Trollstigen fuera un camino digno hay que buscarla entonces. Llevaba un par de días ir a pie o caballo. Pero debían de ser unos cuantos los que se animaban porque, por lo que parece, se llegaba a negociar la venta de 10.000 vacas y de entre 3.000 y 4.000 caballos. Ni Amazon.

La ruta «oficial» comienza al cruzar el segundo de los puentes sobre el río Rauma que hay aquí en Åndalsnes, el que queda más hacia el interior. Por lo que he leído, el paisaje es espectacular, aunque decir eso en Noruega casi es la norma. El riachuelo junto a la carretera, los montañones dibujando el valle y enfrente el Trollstigen, una pared flanqueada por dos cascadas, una a cada lado del valle. No creo que esta descripción difiera de otras muchas que podríamos realizar por estos lares. Así pues, me ahorro las once curvas de herradura, con una pendiente media del 9%, para salvar 827 metros de desnivel. Cómo no, podéis consultar el detalle de altimetría en la mejor web para ello: altimetrias.net. Queda para otra vez.

Por cierto, estos majestuosos valles noruegos me recuerdan mucho, a uno por el que pedaleé en una de mis rutas por Portugal, la de las Aldeias Históricas. Hablo del Valle Glaciar del Zêzere, en la subida desde Manteigas hacia Torre, la montaña más alta del Portugal continental. Ahí podéis ver la Noruega lusitana.

Recuerda, Julen, que habías llegado hasta la estación de autobuses de Åndalsnes y que este año 2024 no hay Trollstigen. Vaya faena para Åndalsnes. ¿Por dónde has buscado alternativa para llegar a pernoctar en Stranda? Voy con ello.

El asunto es bordear bordear primero el Romsdalfjorden y luego su ramal, el Tresfjorden, para cruzar por un paso de montaña hasta el Storfjorden. De allí hay un barco que me dejará en mi destino final. Vamos con ello.

Estoy en la estación de autobuses (y de tren) porque tengo que cruzar el Innfjordtunnel. Lo has adivinado: es de lo que están prohibidos para las bicis. Sus 6.594 m lo convierten en un señor túnel. Lo inauguraron en 1991, después de que en la antigua carretera, que iba pegada al fiordo, se produjeran unos desprendimientos que se llevaron la vida de una vecina de Innfjorden. El túnel antiguo –que también lo había y que ahora curiosamente se emplea para experimentos con incendios– pasó a mejor vida y el nuevo luce en la actualidad con nada más y nada menos que: «protección contra el agua y las heladas, sistema de megafonía, luces guía continuas, teléfonos de emergencia, monitoreo de cámaras y radares, ventilación contra incendios y nichos de giro lo suficientemente grandes para camiones». Eso sí, las bicis que se olviden, que por ahí no pasan.

Por la mañana solo hay un autobús, a las 9:30. Decido llamar a un taxi (no hay ni uno en la parada) para no esperar tanto, que hoy la etapa es larga. Me atiende un tipo que parece recién salido de la cama. Me pregunta la hora. Son las 8:15. Que viene ahora. «Ahora» en Noruega son 15 minutos, que sepáis. Es un chico que habla un inglés casi indescifrable.

Pasadas las 8:40 ya estoy al otro lado del túnel. Comienza la etapa en sí y tengo dos alternativas para cruzar el monte. Una atraviesa una zona de lagos, con un posible tramo de los de echar pie a tierra y caminar durante algunos kilómetros, y otra que da más rodeo y bordea la línea de costa de los fiordos. No obstante, esta segunda opción también supone, por lo que he visto, algún tramo de pista y de carreteritas de cuarto orden olvidadas por el monte. ¿Qué condiciona la elección? El tiempo está bastante inestable y no quiero líos por la parte alta de las montañas y en zonas aisladas.

Así pues, he optado por la segunda opción. No obstante, me he adentrado un poco en Berillvegen, el valle por el que habría ascendido de haber elegido la primera opción. Lo quería hacer para llegar hasta dos granjas, Lensmansgarden y Bårdsgarden. Ambas disponen de alojamiento en cabañas y apartamentos. Las cabañas son preciosas, con su típico techo de hierba.

Cuando estaba preparando el viaje, para entender bien este tipo de construcción, llegué a un artículo muy interesante en el blog Sostenibilidad, de Javier Neila: Las casas noruegas de madera con techo de pasto. El artículo no solo habla de esto. Es un texto bastante extenso a partir de un viaje que llevó a cabo con su familia en 1999. Entre otros temas, nos explica la sostenibilidad de este tipo de construcción, tan típica de Noruega. La techumbre tradicional emplea tablones de madera, en concreto, de la corteza de los abedules. Esto es así por su impermeabilidad. Algo, por cierto, que empleaban los finlandeses en sus saunas tradicionales. Sin embargo, esta impermeabilidad no soluciona el problema de aislamiento térmico. Ahí es donde entra en juego el pasto. Encontraron la solución.

Arrancaron tepes del terreno y los colocaron sobre las láminas de abedul con la vegetación hacia abajo. Evidentemente esa vegetación se secaría en pocos días, pero eso era exactamente lo que querían conseguir. Cuando las hojitas que forman el pasto se secan crean una maraña vegetal llena de aire, igual que cuando hoy en día colocamos una manta de lana de vidrio o lana de roca. De haber dejado así la cubierta las primeras lluvias la habrían destruido. Había que protegerla y lo hicieron arrancado una nueva capa de pasto y colocado ese tepe con la vegetación hacia arriba; eso es lo que vemos y lo que nos podría dar la sensación que es lo que aísla, cuando no es así, aísla la capa invisible que está debajo.

Dejo atrás las preciosas cabañas de Lensmansgarden y Bårdsgarden y por la carretera E136 voy pegado al fiordo. En apenas diez kilómetros llego a Mandalen, con su iglesia blanca de madera y las montañas detrás. Se ve nieve en las cumbres.

Por toda la zona hay indicaciones de alojamientos. Durante los próximos veinte kilómetros consigo evitar la «vía rápida» por carreteras más tranquilas… y con más curvas, por supuesto. La bici agradece los tramos sin asfaltar, que los hay. Evito unos cuantos túneles por la antigua carretera que va literalmente pegada al fiordo. Llego a Vågstranda y luego a Reistaddalen. Finalmente, en Hjelvika retomo la E136, que me lleva ahora hacia el Tresfjorden, un pequeño fiordo (en comparación con sus hermanos de la zona) que acaba, cómo no, en el pueblo de Tresfjord. Los fiordos siguen obsequiando fotos de postal.

Nada más cruzar un puente sobre el río Tressa, que desemboca en el fiordo, me adentro por la Fv5984, una verdadera «carreterita» que me conduce hacia las montañas, más o menos en paralelo al Berillvegen, el valle en el que he visitado las cabañas de Lensmansgarden y Bårdsgarden. Dejo atrás el Romsdalfjorden, que nos había acompañado desde el principio de la jornada. Enseguida se ven enfrente las cumbres nevadas. Comienza una subida. Son unos ocho kilómetros para salvar un desnivel de 400 m. Suave suave. Dejo atrás las granjas y entro en un bosque con pinos y también otras especies de hoja caduca. La carreterita no tendrá más de tres metros de ancho; así que, de vez en cuando, se han habilitado zonas para dejar paso alterno. El día se ha abierto y luce de vez en cuando el sol.

Un poco más adelante el paisaje se abre. A la izquierda dejo Stall Kjersem, un picadero de caballos. Un parking junto a una cabaña con su techo de hierba supone el final del terreno asfaltado. La carretera se transforma en una cómoda pista de grava. Ohhh, paisaje bucólico: un pequeño lago alegra la retina, el Kjersemvatnet. Termina la subida. Todo este tramo lleva indicaciones de una pista de esquí de fondo.

Nada más comenzar a bajar me encuentro con el Vaksvikfjellet Camping y en poco más cuatro kilómetros ya estoy de nuevo a nivel de fiordo. El Storfjorden me da la bienvenida. Y, como tantas otras veces en las que la carretera va cerca del fiordo, tocan túneles. Con el primero me atrevo, pero los dos siguientes decido pedalearlos por la antigua carretera.

Pues no, la alternativa para evitar el tercero acaba en un túnel cerrado. Toca media vuelta y desandar el par de kilómetros que había recorrido. Y mira que era bonita la alternativa…

Afronto el túnel por la carretera «oficial» porque no queda otra. Son 3,5 km que se me han hecho eternos. Los coches van muy deprisa y agobian. Ha habido dos que me han adelantado de mala manera. Una era una autocaravana que ha dado un bandazo tremendo y el otro, casi al final, un coche al que incluso el que venía de frente le ha pitado. Mala experiencia porque estos dos túneles no tienen arcén de ningún tipo.

Llego a Stordal con cierto estrés en el cuerpo. Son ya las dos de la tarde y me queda aún un pequeño puerto antes de bajar a coger el ferry a Stranda. Paro a beber algo y comer un plátano y una chocolatina. Me relajo un poco, porque, además, tengo una visita señalada aquí al lado.

A la salida del pueblo queda la iglesia «vieja» de madera de Stordal, esta vez de 1789 y de diseño renacentista octogonal. Hay otra más reciente un poco antes. La «vieja»reemplazó a otra anterior. Resulta que es de las más decoradas del país. Se la conoce también como Rosekyrkja o «Iglesia de las rosas». La razón está en que las paredes interiores y los techos están pintados con rosemaling, un estilo decorativo de pintura común por aquí. Tremendo no, lo siguiente.

En 1907 dejó de estar en uso para actos religiosos al construirse la nueva iglesia de Stordal . Al año siguiente la Sociedad para la Preservación de Monumentos Antiguos Noruegos la adquirió y funciona como museo desde entonces. Charlo con la chica que atiende. ¡Tengo que pagar en cash porque se le ha estropeado el datáfono! A cuenta de esto hacemos unas risas porque tras 11 días en Noruega me ha devuelto ¡dos monedas! Las primeras que veo.

Tras la visita a la iglesia, arranco con la segunda y última tachuela del día. Pillo a un par de bichos en plena faena. Me quieren picar. ¡Zas! Mañana sabré si lo han conseguido o no. Desde la cima solo me queda bajar hasta el ferry. El trayecto apenas si dura 15 minutos y hay barco cada media hora. Un ir y venir, que suele decirse. De nuevo: sigo sin pagar en los barcos.

Stranda me espera con uno de los barcos que hacen la ruta del Hurtigruten amarrado a su puerto. Mañana más. Ciao!

Kilómetros totales hasta esta etapa: 677, 81.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 6.848.

Etapa anterior | Etapa siguiente ⏩

Fotografías de la ruta.

Lee todos los artículos relacionados con esta ruta.

Artículos relacionados

2 comentarios

Amalio A. Rey 28/07/2024 - 11:04

Muy interesante, Julen, lo de los techos de pasto de las viviendas. Las cosas que se inventan los seres humanos cuando las condiciones aprietan. Oye, ¿no sientes un poquillo de soledad, tantas horas en sitios así? ¿qué tal el Norwegian English? Entiendo que ahora hay mucha luz (he leído, por curiosidad, que amanece a eso de las 4 y el sol se pone a las 22), pero, no sé… igual a ti te mola, y con la bici ya vas entretenido 🙂

Responder
Julen 28/07/2024 - 22:29

En realidad cuando viajo solo es cuando más hablo con la gente local. Eso sí, las noruegas y los noruegos no son andaluces o cubanos jajajaja.
Por aquí se habla bastante inglés, no hay mucho problema. Además, con Google Translate nada es como antes.
Lo de la luz es espectacular. Ha habido días que no ha anochecido del todo. Menos mal que duermo como un tronco
En estos viajes soy felizzzzz

Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.