05 Trondheim (día 2) #NoruegaEnBici

by Julen

La tarde de ayer la eché con el Tour, una buena siesta, una sesión de estiramiento y descarga del poplíteo y un nuevo paseo en torno a la plaza Torvet y alrededores. Son cinco días por tierras noruegas, eso sí, no en la forma en que los tenía planeados, pero que ya me van dando una primera idea de algunas particularidades de este país.

Eso sí, creo que hay que distinguir dos mundos, que quizá hoy con las tecnologías se han acercado, pero que aquí dibujan dos formas muy diferentes de vivir el país. Hablo de la ciudad y el campo. O, si prefieres, de núcleos habitados con cierto volumen de población (vale de mil hacia arriba) y las granjas desperdigadas por todo el país. Gjøvik, Lillehammer o Trondheim no tienen mucho que ver con la Noruega rural que he pedaleado junto al lago Mjøsa a partir de Minnesund o por los 30 km desde Øyer hasta Favang junto al río Gudbrandsdalslågen.

Trondheim, tercera ciudad en población del país, después de Oslo y Bergen, tiene su identidad, por supuesto, pero ha recibido el evidente impacto de la globalización. La sobreabundancia de establecimientos de comida basura es tremenda y ni que decir tiene que las marcas globales están presentes… como en casi todas partes. Esta ciudad cuenta con 205.000 habitantes, que llegan a los 280.000 contando su área metropolitana. O sea, un contexto urbano que sucumbe, en parte, al supuesto progreso global.

La ciudad, por ejemplo, no me ha parecido, la verdad, demasiado limpia. ¿Lo digo yo desde los estándares de Bilbao, mi ciudad natal y en donde resido? Cómo ha cambiado todo. Puede que tenga que ver con el turisteo. No sé, a lo mejor me he vuelto demasiado exigente. Me da la sensación de que esta ciudad está un tanto castigada por un centro volcado en el turista.

Quizá la sensación de suciedad venga en parte por las bandadas de enormes gaviotas que pululan por la plaza Torvet. Sus graznidos resultan intimidantes. Se las ve, junto a sus hermanas pequeñas, las palomas, a la caza del desperdicio. Y, claro, están ahí porque lo hay.

Bueno, vamos con cosas positifas, señor Van Gaal. O, al menos, más amables. Cómo, si no, entender la pasión por el esquí de fondo que lleva a la gente a creer que van sobre nieve cuando lo que llevan debajo de sus esquís no es sino el mísero asfalto. Qué maja esta gente esquiando en verano por la ciudad. ¡Peligro!

Por cierto, ya he encontrado explicación a la claridad nocturna de ayer. Copio/pego del artículo sobre Trondheim en academia-lab.com:

Entre el 23 de mayo y el 19 de julio, cuando el cielo está despejado, la noche permanece lo suficientemente clara como para que no sea necesaria iluminación artificial en el exterior.

O sea, hace falta cielo despejado. Esa fue la clave. Esta noche pasada, que ha llovido lo suyo, no estaba tan claro, aunque tampoco diría, ni mucho menos, que era «noche cerrada».

Si ayer por la tarde estuvo lloviendo hoy es más de lo mismo. Son ahora las tres de la tarde y lleva lloviendo todo el día. No muy fuerte, pero lloviendo.

El cambio a hacer cuatro noches aquí en Trondheim implica cambio de hotel. Las dos primeras noches, que no estaban previstas, las he pasado en un modesto hotelito, pero que contaba con cocina en la habitación. Hoy he realizado el check-in en otro, en el Quality Hotel Prinsen. Muy recomendable, desde luego. A las 11h ya estaba instalado. Me han dado la opción de subir la bici a la habitación y aquí estamos en mutua compañía.

Muy amables en recepción, me han dejado un paraguas. Como comentaba antes, el día está despacible. A la lluvia se unen unos 13 grados que me alejan de mi idea de «verano». Claro que el chico de la recepción del otro hotel me lo ha dejado claro: «Aquí sabemos que es verano porque no nieva». Pues nada, a elegir museo y pasar un bien rato a resguardo. El agraciado ha sido el Forsvarsmuseet Rustkammeret. Bueno, en dura pugna con el Rockheim.

Mira que soy antimilitarista convencido, pero es más que evidente que en este país hay una historia vinculada a los años de ocupación nazi que tiene su peso. Eso fue del 10 de abril de 1940 al 8 de mayo de 1945. Ya os comenté que una de las razones por las que había leído En el corazón de los fiordos, de la alemana Christine Kabus, era porque se sumergía en esa época de la historia noruega. Pues bien, el Forsvarsmuseet Rustkammeret es un museo «militar» que comienza, cómo no, por los vikingos y se detiene con bastante detalle en la Segunda Guerra Mundial aquí en Trondheim.

El museo está situado en el Palacio Arzobispal, junto a la catedral de Nidaros, junto con otros dos más, uno de ellos, por cierto, dedicado a la corona noruega. En Nidaros se lleva a cabo todo el ceremonial cuando son entronizados. Cosas de la realeza, ya sabéis.

La visita comienza con una mención a los vikingos. Para un baby boomer como yo, es ver el escudo y que se te vaya el recuerdo hasta Vickie el vikingo, con su música de cabecera mientras se rasca la nariz porque se le ha ocurrido la gran idea. Desde los vikingos, allá por entre los siglos IX y XI, el museo refleja las constantes guerras de todo tipo y condición hasta llegar a la Segunda Guerra Mundial. Mira que han andado entretenidos con suecos, daneses, finlandeses, ingleses, franceses, rusos o lo que fuera.

En cuanto a la época nazi, aquí en Trondheim los alemanes entraron el 9 de abril de 1940. En la Wikipedia, como siempre, tienes un buen artículo de la ocupación.

En la noche del 8 de abril de 1940 la Wehrmacht alemana lanzó la Operación Weserübung, movilizando unidades de la Kriegsmarine hacia la costa noruega, y atacando las defensas costeras con incursiones de la Luftwaffe. Aunque aviones británicos de la RAF habían avistado movimientos navales alemanes, no les prestaron mayor atención hasta que unidades de la Wehrmacht desembarcaron repentinamente en suelo noruego para atacar Oslo y Trondheim.

Fueron cinco años en los que hubo cierta colaboración con las fuerzas nazis. El museo repasa distintos aspectos de esa ocupación: los racionamientos, la actividad clandestina de los medios de comunicación, los sabotajes, la labor de espionaje para captar comunicaciones del enemigo, la persecución de los judíos o el desarrollo de infraestructuras industriales para la producción militar. En Trondheim y sus alrededores se crearon muchos bastones defensivos de diverso tipo. Entre los más destacados, el de la isla de Mulkholmen, que se puede visitar mediante un pequeño barco con varias salidas diarias.

El museo de los horrores incluye también el campo de concentración de Falstad, al norte de Trondheim. Era una antigua escuela que se reacondicionó como prisión.

Para terminar la visita, leo que el accidente de Chernóbil de 1986 amenazó Noruega debido a la dirección de los vientos. Como quiera que el museo incluye mucho material bélico, en esta ocasión nos muestran equipamiento para protegerse de la radiación. Pues sí, dará miedo la radiación, pero la máscara en sí misma asusta casi más.

Luego de la visita al museo, ha servido con un bocadillo en un centro comercial que era… un centro comercial. Un cafelito en el hotel, el Tour y buena vida. Luego daré otro paseo por la zona del puerto, que parece que va a dejar de llover

Bueno, mañana será el tercer y último día «atascado» en Trondheim. A ver si el poplíteo descansa para pasado mañana. Aquí sigo dándole mimos. Nos leemos.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 219,71.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 1.789.

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Fotografías de la ruta.

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