00 Bilbao-Oslo #NoruegaEnBici

by Julen

Ayer dejé la bici bien empaquetada en su caja correspondiente junto con algunas herramientas. Aunque nunca lo tengo del todo claro, la recomendación de las líneas aéreas es desinflar las ruedas. Así que he bajado las presiones sin llegar a dejarlas sin aire porque luego talonar, con las cubiertas tubeless, no es tarea fácil. Entre las herramientas he metido un inflador eléctrico que viene de perlas para dejarlas mañana con la presión correcta. Como voy a hacer bastante asfalto, he decidido meter más presión de la habitual. Las llevaré en torno a los 2,5-3 bares. He calzado a la bici con unas cubiertas Maxxis Rekon Race de 2,25 que son bastante rodadoras. Me he venido también con un par de guardabarros instalados porque aquí las estadísticas de pluviometría dan respeto. Otra novedad es la necesaria luz delantera para los numerosos túneles.

A ver si la Oiz se porta. La ruta sería ideal para hacerla con una bici de gravel, pero con la Oiz me puedo permitir el lujo de, si me apetece, meterme con garantías por pistas y senderos.

He tenido muchas dudas sobre qué ropa traer, tanto para andar en bici como para mis paseos vespertinos. El verano noruego es muy relativo. Finalmente me vengo con culotte corto, pero con ropa térmica: una camiseta interior de manga corta y otra de manga larga, además de una chaqueta de Goretex en teoría resistente a la lluvia. Como ropa para las tardes, he optado por el minimalismo: pantalón corto, camiseta, chubasquero ligero y gorra. Bueno, y una sudadera light por si acaso. O sea, la rebequita de toda la vida, que dirían nuestras madres.

Intento ir lo más ligero de carga que puedo. Eso incluye cámaras TPU de repuesto en vez de las de butilo y alguna que otra frikada más. Como siempre, voy solo con mochila a la espalda. No llega a los cinco kilos. O sea, que ni tan mal. Quizá algún día haya que plantearse coger alguna bolsa de esas de bikepacking que hoy circulan a cientos por las carreteras adheridas de mil formas al cuadro de la bici.

Cargo la caja en un taxi con el que había quedado previamente. Resulta un poco engorroso moverse con una caja de estas dimensiones, pero no queda otra. Tampoco la meto tantas veces en el avión como para comprar una bolsa rígida específica para ella. Con plástico de burbuja y unas protecciones que compré en Aliexpress me organizo bastante bien, aunque lleva su tiempo dejarla en condiciones dentro de la caja.

Voy con tiempo para facturar la bici, pero me topo con una buena cola en los mostradores de Norwegian. Es fácil saber cuál es el que correspondia por la mayor proporción de pelo rubio en la hilera. En los meses de verano habilitan este vuelo directo entre Bilbao y Oslo. Además, con buenos horarios. Sale a las 15h y llega a Oslo Gardermoen a las 18h, con el tiempo suficiente para irme al hotel, hacer el check-in, montar la bici y cenar algo.

Como la cola es de consideración deciden hacer plegamientos. Muy amable, una chica que me con mi supercaja se acerca y me cuela. Bueno, tampoco me queda tanto para llegar al mostrador de facturación, pero se agradece el detalle. Tengo que llevar la caja a otra cinta, más ancha. Control de seguridad y a esperar a ver si salimos puntuales. Bueno, flightradar.com dice que el que viene de Oslo aterrizará en hora.

Vuelvo a mirar las previsiones del tiempo para mañana. Para qué. Mejor lo dejo. Lluvia, ninguna novedad en el frente.

Por fin, me voy a uno de esos lugares que tenía marcado en mi particular mapa de destinos cicloturistas a pedalear. Noruega, evidentemente, no es abarcable en tres semanas de bici. Queda terreno para dar y tomar en este país cuya costa es una lujuria de entradas y salidas de mar. Qué ganas de empezar mañana.

El vuelo ha sido muy plácido. He estado leyendo Blancura, una novelita (me la he bajado de la eliburutegia) del reciente premio nobel noruego (2023), Jon Fosse. Realmente peculiar la forma en que escribe. Lo hace con un estilo recursivo, que se te enreda, repetitivo hasta la saciedad. Y, desde luego, lo tomas o lo dejas. Blancura te conduce a un sinsentido narrativo donde un hombre conduce, porque sí, hasta quedar bloqueado en una pista forestal en medio de un bosque. Toca acompañarlo en sus reflexiones. Por cierto, me refiero a esta obra como «novelita» porque es muy corta, algo bastante habitual en Fosse.

Por cierto, ¿una pequeña lista de lo que he estado leyendo últimamente relacionado con Noruega, además de Blancura? Ahí va mi selección de lecturas. Ya veis que hay un poco de todo, aunque, como siempre, predomina el género negro. Sabéis de sobra que soy devoto de lo negro y criminal.

Destacan tres novelas de Samuel Bjørk, autor del que no había leído nada hasta la fecha. Es el seudónimo de Frode Sander Øien, quien vive y trabaja en Trondheim. Su serie dedicada a los investigadores Holger Munch y Mia Krüger ha vendido muchísimo. Me quedan por leer una precuela y otra que ha publicado en fechas muy recientes. A Jo Nesbø casi ni hay que presentarlo. Es sin duda el más conocido de los autores del género negro en Noruega. Ya había leído unas cuantas novelas suyas, tanto de la serie de Harry Hole como otras independientes. El leopardo es más Harry Hole que nunca, pero me interesó sobre todo porque buena parte de la trama sucede en Ustaoset, por donde tengo previsto pasar en mi ruta y que queda en la famosa línea de tren Oslo-Bergen. Claro que en esa línea también se encuentra la emblemática Finse y su hotel 1222, que le ha servido a Anne Holt para colocar allí la trama de su novela de título homónimo. La serie negra y criminal de esta lista termina con una autora quizá no tan conocida, Ruth Lillegraven. Eres sangre de mi sangre me enganchó por la construcción de un personaje muy en la línea del Mr. Ripley de Patricia Highsmith.

Además, entre mis lecturas no podía dejar de incluir a un clásico como Henrik Ibsen y, por último, otras dos novelas muy diferentes entre sí. Me topé con la de Espido Freire al conocer la historia del Camino de San Olav de Burgos a Covarrubias, mientras que la de Christine Kabus me interesó por la incursión que lleva a cabo en la época de la ocupación nazi durante la Segunda Guerra Mundial. Eso sí, a través de una novela casi diría que ¿romántica? Más o menos. En fin, eso he andado leyendo estos últimos meses.

Ehhhh, que ya hemos aterrizado. El aeropuerto de Gardermon es… un aeropuerto. Vale, con madera por el techo y con algunas mínimas particularidades locales. Y con la mayor tienda duty free en Europa por la que se pasa antes de ir a recoger los equipajes. Pero no deja de ser un no-lugar en toda regla, que nos diría el antropólogo Marc Augé: ese espacio intercambiable donde las personas permanecemos anónimas, ese lugar sin identidad propia que sirve principalmente para la circulación y el consumo. Nada nuevo bajo el sol. Ni que sea Noruega, ni que sea Islandia. Da igual. Menos mal que Marc Augé nos alegró en su día nuestra vida cicloturista con la publicación de otro clásico, muy diferente de Los no lugares: una antropología de la sobremodernidad. Hablo de Elogio de la bicicleta. Ahí ya el asunto es diferente. Porque precisamente ahí podemos leer, por ejemplo:

El primer pedaleo constituye la adquisición de una nueva autonomía, es la escapada, la libertad palpable, el movimiento en la punta de los dedos del pie, cuando la máquina responde al deseo del cuerpo e incluso casi se le adelanta. En unos pocos segundos el horizonte limitado se libera, el paisaje se mueve. Estoy en otra parte, soy otro y sin embargo soy más yo mismo que nunca; soy ese nuevo yo que descubro.

Pero, claro, no estoy ante mi primer pedaleo. He venido a pedalear tres semanas por Noruega:

Cuando me pongo a pensar en mis primeras escapadas ciclistas me doy cuenta de que eran muy prudentes y modestas, pero nada de eso importa: desde el día en que me fue otorgada la autonomía del velocípedo, mi territorio se amplió maravillosamente.

Pero no solo es territorio, es también uno mismo y son también las demás personas:

Por consiguiente, hay que dar a la bicicleta el crédito de la reinserción del ciclista en su individualidad propia, pero también la reinvención de vínculos sociales amables, livianos, eventualmente efímeros, pero siempre portadores de cierta felicidad de vivir. Por otra parte, hay sin duda una relación entre el redescubrimiento de cierta presencia de uno mismo y el descubrimiento de la presencia de los otros.

Pregunto por la cinta de equipajes grandes. Es la número 10. Nada más llegar veo que aparece la caja. Estupendo. Ejem… viene destrozada. Cruzo los dedos para que lo de dentro esté sano y salvo. Casi no puedo agarrarla. Decido coger un taxi hasta el hotel porque en el autobús no voy a poder meterla. Bueno, tranquilidad.

El hotel está a reventar. La recepción parece un pueblo en fiestas. Se ve una amplia representación de la especie humana. Hago el check-in y me pongo con la caja. Salgo fuera a una terraza. Empieza a llover. Consigo arrimarme a una esquina techada. Parece que la Oiz ha sobrevivido. Eso sí, tendré que conseguir otra caja.

Monto la bici. Primero el manillar, luego la rueda delantera, los pedales, meto presión en las ruedas y encero la cadena. Lista para la batalla.

Me subo con la bici a la habitación y dejo la caja (con útiles, protecciones varias y plástico de burbujas dentro), en un cuarto que está hasta arriba de maletas y otros mil chismes, incluidas otras dos cajas de bici en bastante mejor estado que la mía. Miro por la ventana: nubarrones que amenazan lluvia.

Tras descansar un rato, bajo a cenar. Dios santo, qué marabunta. Hay que esperar media hora para coger mesa. Otra vez será. Me cojo una cosa que no sé muy qué es y que lleva huevo y espinaca y me vuelvo a la habitación. La broma son 17 euros. Para que vaya tomando conciencia, jeje. En fin.

Noruega me espera. Personas. Lugares. Mañana empiezo a pedalear. Espero que disfrutes conmigo de cada una de las jornadas. Publicaré a última hora de la tarde. Espero que no haya problemas de conectividad. Como ya comenté en su día, usaré Instagram y Twitter (X) para ir contando detalles. En Flickr quedarán albergadas las fotos «oficiales» del álbum.

Nos leemos.

Imagen destacada del post.

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4 comentarios

Amalio Rey 14/07/2024 - 14:04

Muy interesante (y divertido) todo, Julen. Este viaje tuyo me mola. Te estaré fisgoneando, a ver qué cuentas. Espero que te llueva menos de lo que esperas y que la bici te responda. Muchas suerte!!

Responder
Julen 14/07/2024 - 16:38

Acabo de terminar 114 kilómetros de lluvia continua en la primera etapa. Y encima encantado. Cómo somos los humanos.

Responder
Venan 14/07/2024 - 18:57

Menuda aventura! Te acompañamos leyendo atentos tus peripecias. A ver si Noruega se deja suave, suave.

Responder
Julen 14/07/2024 - 20:22

Ya se verá, a ver qué tal se porta

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