Los autos de choque

by Julen

Sucedió en Santoña. Me refiero a un pequeño trauma infantil. Los domingos, con cierta frecuencia, salíamos a pasar el día fuera. Mi madre conducía. A media mañana emprendíamos el viaje para pasar el día y regresar por la tarde noche. En verano, claro está, era todo más fácil porque el buen tiempo alargaba los días. Ni sé los domingos que pasamos en playas de la costa de Cantabria.

No es que Santoña fuera un lugar muy frecuente en aquellas excursiones dominicales, pero Laredo y sus alrededores siempre fueron una opción. Aquel domingo, al llegar al pueblo, había fiestas. Celebraban una procesión de la Virgen por el pueblo, algo que siempre le solía gustar a mi madre. Pero lo importante: había autos de choque. Los de toda la vida, los que no podían faltar en las fiestas de un pueblo de cierto renombre.

Fue la primera y la última vez que me monté en ellos. Se ve que no me senté bien o que algo no salió como debía. En un momento dado me di un golpe con tan mala fortuna que mi rodilla empezó a sangrar abundantemente. Había que poner algunos puntos. Por supuesto, para alguien en general miedoso como yo, resultó ser todo un drama. Lloros y un mundo que se acababa en aquel instante.

Mi madre me llevó hasta unas instalaciones de la Cruz Roja. Y de allí salí con unas grapas en la rodilla izquierda. Son unos puntos que todavía hoy sé dónde se aplicaron porque su marca se quedó a vivir conmigo. Los autos de choque comenzaron y terminaron en Santoña.

Imagen de Angel Aroca Escámez, CC BY-SA 4.0, via Wikimedia Commons.

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