El perro se movía inquieto sin apartarse demasiado. El río bajaba rápido a consecuencia de las últimas lluvias mientras el viento dejaba el día arisco y triste a la vez. Por tramos se observaban los restos de la fuerza de las aguas en días anteriores. Y junto al perro algunos bultos. Las hojas de los árboles formaban remolinos junto a la dársena.
Por arriba la gente pasaba rápida sin detenerse. Una mirada rápida hacia abajo si acaso. Algo habría. Pero para qué saberlo. La tarde caía deprisa y en casa esperaba alguien. Para bien. O para mal. Así que no había demasiado en lo que querer fijarse. Nada que supusiera un alto en el camino.
El perro repetía una y otra el movimiento. Obsesión compulsiva canina: paseo rápido hacia la izquierda, un par de ladridos, camino enrabietado hacia la derecha y vuelta a empezar. Izquierda, ladridos, derecha. El suelo a sus pies pronto empezaría a delatar aquellos movimientos rituales. Junto a él un bulto más, apenas distinguible entre la porquería, el cadáver de su amo.
Un vagabundo más. Esquinado por el mundo y oculto por la riada de la vida. Sólo un perro para demostrar que sí, que allí dentro de aquel cuerpo roto y malgastado habitó un humano. Pero eso es otra historia. Una historia que quedará sepultada bajo algunos kilos de mala suerte y un par de reveses en momentos inoportunos. No es tan complicado de entender. Se comienza como humano y se acaba asido al mundo sólo a través de un perro.
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La imagen en Flickr es de Rodrigo Ramírez.
1 comentario
El perro es el mejor amigo del hombre