19 Sainte-Enimie – L’Esperou #GTMC

by Julen

Recorre la etapa en 3D

Podcast del artículo vía Google Notebook LM

Sainte-Enimie está en la lista de les plus beaux villages de France por ser una joya medieval en el corazón de las Gargantas del Tarn.

El pueblo debe su nombre a la Princesa Enimie, hija del rey merovingio Clotario II y hermana de Dagoberto I (siglo VII). La leyenda cuenta que Enimie, una hermosa princesa que deseaba dedicar su vida a Dios y evitar un matrimonio forzado, contrajo milagrosamente lepra para perder su belleza. Tras una visión, viajó a la región de Gévaudan y se bañó en la fuente de Burle, cuyas aguas la curaron. Sin embargo, cada vez que intentaba regresar a su casa, la enfermedad volvía. Finalmente, comprendió que su destino era quedarse en este lugar. Se estableció en una cueva (conocida hoy como el Ermitage de la Roche) y fundó un monasterio. La fuente de Burle, que nace al pie del pueblo, sigue siendo un elemento central de su historia y encanto.

Se considera a Sainte-Enimie como una «ciudad medieval» por excelencia: sus calles empedradas, casas de piedra con tejados de pizarra gris oscuro, pasadizos abovedados, escaleras y pequeñas plazas conservan un ambiente de otra época.

Toca, por tanto, pasear por el pueblo. Ya puedes suponerlo, ¿no? Lo hago junto a una variada colección de turistas que me acompañan, vaya donde vaya. Porque, además del encanto medieval, este es un centro de turismo activo, sin que falte, por supuesto, su buena oferta de canoas y kayaks.

Me voy hasta la ermita de la Roche, a la que se accede por un camino empedrado. Este es el lugar donde la leyenda dice que Santa Enimie vivió y fundó su convento. Ofrece vistas espectaculares del pueblo y el valle.

Además, me acerco también a la iglesia de Notre-Dame-du-Gourg, románica del siglo XIV con transformaciones posteriores. Destaca por la hermosa bóveda de su ábside y la estatua de Santa Ana. Junto a ella, me hago un dos por uno, porque al lado queda el antiguo monasterio. Bueno, más bien lo que quedan son algunos restos del que fundó Santa Enimie, incluyendo el refectorio y una sala capitular románica. Por lo demás, insisto: arquitectura medieval ubicua.

Muchas casas antiguas emplean una construcción de doble voladizo para ganar espacio y reducir impuestos sobre la tierra. No eran listos ni nada. Los espacios entre las vigas a menudo se rellenaban con toba, una roca porosa y ligera formada por el sedimento calcáreo de la fuente.

Para cenar elijo una pizzería que tiene buenas críticas. Abren a las siete y ya un poco antes de esa hora ya hay gente a la cola esperando. Bueno, luego no es para tanto. Me atienden enseguida. Aprovecho que esta es zona de castañas para pedirme un postre de queso blanco acompañado precisamente de una crema de castañas. Bueno, no estaba mal, pero tampoco era una delicatessen.

De mañana, desayuno en la habitación. La etapa de hoy es respetable en desnivel y quiero empezar pronto. Mientras la repaso, me quedo con un dato: sale de los 483 m de altitud de Saint-Enemie y asciende hasta los 1.567. Eso sí, lo hace en unos 50 km y en dos partes bien diferenciadas. Suave suave.

Le digo adiós a Sainte-Enimie y, poco a poco, también al río Tarn y a sus gargantas. La despedida pasa por otra referencia importante en el pueblo, Enimie como inspiración y sede de un festival de cómics que se celebra aquí a principios de julio. Ya sabes que en Francia los cómics (BD) son considerados un verdadero arte.

Comienzo a ascender por una carreterita que poco a poco va ganando altura sobre el río, que queda allá abajo, fiel a su obra de erosión por los siglos de los siglos. El adiós oficial tiene lugar en un mirador sobre Saint-Chély-du-Tarn. Desde ahí es fácil tomar conciencia sobre el tremendo trabajo del río horadando la piedra para abrirse paso. En el mirador hay un bar con una terraza desde la que disfrutar tranquilamente de las vistas. Es pronto, está cerrado todavía y disfruto yo solito del panorama. Llega el momento de inmortalizar la imagen icónica de las Gargantas del Tarn.

Así pues, le digo adiós al Tarn porque la GTMC gira en dirección sur. Por lo que he leído en la guía, la versión gravel que estoy pedaleando evita en esta parte unos cuantos tramos técnicos de la versión MTB. O sea, que toca más carretera de lo que suele ser habitual. Pas de problème.

Al llegar al Col de Coperlac, un poco después del mirador, dejo la carretera principal y cojo otra secundaria que sale a la izquierda y por la que continúo ascendiendo. Llego al primer pueblo del día tras diez kilómetros de subida. Se trata de Mas-Saint-Chely, que me sale al encuentro con su iglesia en primer plano. Ya que está abierta, entro.

Sigo con el pedaleo ágil. Prefiero cadencia en vez de ir atrancado. Mas de Val es un pequeño caserío que queda a la izquierda de la ruta. Pedaleo por un terreno duro, donde la piedra manda. Es el Causse de Méjean.

El Causse de Méjean es una meseta calcárea impresionante en el sureste del Macizo Central de Francia, específicamente en el departamento de Lozère. Destaca como el más elevado de los «Grands Causses», con altitudes que van desde los 800 hasta los 1247 metros. Su nombre, que viene del latín «medius», hace referencia a su posición central entre las otras mesetas.

Me sale al paso el Auberge du Chanet y no voy a decirle que no a un noisette. Se ve que es un sitio finolis de alojamiento de senderistas. Me encuentro con unos cuantos allí dentro. El cielo, por cierto, está amenazante.

Toda la zona está condicionada por la geología kárstica. Con tu permiso, me voy al Jurásico. Entonces los sedimentos de piedra caliza se fueron acumulando cuando esta área estaba sumergida bajo el mar. La caliza, al ser una roca permeable, recibió durante milenios el agua de lluvia y los ríos subterráneos. De ahí, por ejemplo, las dolinas, que son depresiones circulares o elípticas formadas por la erosión. Algunas pueden colapsar y dar origen a avens, que son pozos naturales. Por eso, el Causse de Méjean alberga cuevas notables como el Aven Armand y la Grotte de Dargilan. Las mesetas están bordeadas por profundos cañones fluviales, como las Gargantas del Tarn, de las que vengo. La erosión también ha creado «chaos dolomíticos» y rocas con formas caprichosas, como los Arcos de Saint-Pierre y la Arcade des Bergers. En la carretera me encuentro a este par de irreverentes.

El Causse de Méjean, al igual que los Grands Causses en general, es un testimonio viviente del agropastoralismo mediterráneo. Esta tradición cultural, centrada en la cría de ovejas para la producción de carne y leche (incluido el famoso queso Roquefort), ha moldeado el paisaje y la forma de vida de la región durante siglos. El paisaje está salpicado de fincas tradicionales y rediles que muestran la arquitectura típica de los Causses, diseñada en torno a la cría de ovejas. La Ferme Caussenarde d’Autrefois es un ecomuseo en el Causse de Méjean que ofrece una visión de la vida agropastoral de antaño y de la actualidad. La presencia de dólmenes y menhires evidencia la ocupación humana de la zona desde hace miles de años, lo que lo convierte en un patrimonio milenario.

El paisaje me recuerda a ciertas zonas de Castilla. Aquí estamos a más altitud, pero mi sensación es que podría estar pedaleando perfectamente por determinadas zonas de Soria, por ejemplo. Tú ya me entiendes, ¿no?

Yo sigo mi camino por carreteritas que continúan ascendiendo poco a poco. Otra iglesia, la de Saint-Privat, en Hures, aparece a la derecha. En el pequeño monumento recordatorio de los caídos en las guerras, unos cuantos en la Gran Guerra, pero uno más, él solo, en la de Argelia.

La GTMC se asoma a un balcón sobre el valle del río La Jonte, otro de los que lleva una eternidad erosionando la piedra. Mucho más abierto que las Gargantas del Tarn, tiene también su encanto. Paro un rato a disfrutar del paisaje.

La travesía se adentra en tierras de cultivo, que permiten jugar a una curiosa mezcla de colores. El asfalto hace de frontera entre el cereal amarillo a la izquierda y los brotes verdes a la derecha, mientras que las tierras roturadas, pero aún sin plantar, aportan otro matiz cromático al paisaje.

Pasado el Col de Perjuret, el paisaje cambia. La meseta deja paso a una zona de montes en la que se ven grandes masas forestales. Continúo por carretera hacia el observatorio de Mont-Aigoual, un lugar del que se pueden contar muchas cosas. Tengo por delante 14 km hasta la cima.

El viento arrecia cada vez con más fuerza. Menos mal que, al pedalear por dentro del bosque, evito el temporal, porque creo, de veras, que puedo llamarlo así. Lee, lee el siguiente párrafo, para que veas que no es broma.

Este observatorio es la única estación meteorológica habitada en Francia (y de las últimas en Europa). Presenta, según épocas, unas condiciones climáticas extremas porque, a pesar de su altitud relativamente modesta (1.567 metros), su ubicación, entre las influencias climáticas oceánicas y mediterráneas, lo convierte en uno de los lugares más inhóspitos y con el clima más extremo de Francia. Se han registrado ráfagas de viento de hasta 360 km/h (récord en 1968) y, por lo que parece, no son raras.

Ya casi arriba voy viendo bastante gente que sube en bici para hacer cumbre. En 2020 fue final de etapa en el Tour y aquí ganó Alexey Lutchenko. Lo sé porque lo leo en la escultura que le han dedicado al asunto.

Por seguir contándote cosas, es, además, uno de los lugares más lluviosos de Francia, ya que recibe una media anual de más de dos metros de lluvia y con días de niebla muy frecuentes (más de 240 al año). Aunque es una montaña del sur de Francia, recibe mucha nieve y puede tener hasta 144 días de heladas al año. En mi caso, el día se ha ido abriendo y está despejado; quizá por eso mucha gente parece haberse animado a subir hasta aquí, en coche, moto, autocaravana, pero también en bici o a pie. Eso sí, el viento impresiona. Incluso hay carteles avisando.

Para terminar de darte información, el observatorio se ubica en una fortaleza. Inaugurado en 1894, tras 7 años de construcción, tiene una apariencia robusta y casi fortificada, diseñada para resistir las inclemencias del tiempo. No queda otra, claro. Su arquitectura victoriana es notable y alberga un museo en su interior con el objetivo de sensibilizar sobre el cambio climático y el trabajo de los meteorólogos. Ofrece exposiciones interactivas y educativas sobre la ciencia del clima, la previsión meteorológica y la historia del Mont Aigoual.

Por supuesto, ni que decir tiene que las vistas panorámicas son espectaculares. En días despejados se pueden ver desde los Alpes (incluyendo el Mont Blanc) hasta los Pirineos y, por supuesto, el Mar Mediterráneo. Yo, por más que lo he intentado no he visto nada eso. El día, aunque despejado, no tenía buena luminosidad.

Llegado a este punto, solo me queda la bajada hasta L’Esperou, donde voy a estar hospedado un par de días. El segundo me lo tomo de descanso. De camino al pueblo paso por una estación de esquí y luego por la Maison du Tourisme et du Parc National des Cévennes. Todo fermé.

La GTMC lo consigue de nuevo: un sendero por un bosque mágico no puede faltar.

Y antes de llegar a L’Esperou, ¿hacia qué vertiente se inclina la bici?

Llego a L’Esperou y antes de ir a mi alojamiento para estas dos siguientes noches, me acerco a comer algo al centro del pueblo. En la Brasserie du Carrefour me apalanco un buen rato. Hasta mañana.

Kilómetros totales hasta esta etapa: 1.219,6.

Metros de desnivel acumulado hasta esta etapa: 21.157.

Etapa anterior | Etapa siguiente ⏩

Fotografías de la ruta.

Lee todos los artículos relacionados con esta ruta.

Artículos relacionados

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.